El otro día me contó Monseñor Ángel esta historia. Cuentan que el burro, que entró a Jerusalén
con Jesús, regresó feliz a casa. Se enorgullecía de tantos aplausos y alabanzas
recibidas, se creía grande. Y claro, quiso repetir la experiencia. Solo que
esta vez fue solo. Su sorpresa fue que recibió insultos, patadas… Volvió a
casa. Fue a lamentarse donde su mejor amigo. No entendía nada. Al fin, el amigo
le dijo: “Pero ¡qué burro eres!… ¿no te das cuenta de que a quien alababan era
a quien llevabas?”
Así de burros somos nosotros… como este buen burro… nos
aplauden, nos dicen lo maravillosos que somos, nos admiran, nos alaban con
bonitas palabras… y nos creemos que es a nosotros, que es por lo que hacemos o
decimos o por cómo somos… pero ¡si solo somos burros!. Sí, burros llevando a
Jesús, y esa es nuestra misión… ser burros que lleven a Jesús, conscientes de
que la gloria es para Él y no para nosotros.
¡Qué burros tan torpes y engreídos somos cuando…
…
nos apropiamos de los éxitos!
…
miramos a los demás como víctimas y nos sentimos salvadores!
…
creemos que todo lo logramos con nuestro esfuerzo!
…
creemos que todo lo merecemos!
…
nos buscamos en vez de buscarle a Él!
…
el centro de nuestra vida somos nosotros mismos!
Enséñanos Señor a ser humildes y a darnos cuenta de que
tan solo somos burros.