lunes, 22 de abril de 2024
“¡QUÉ MALA MEMORIA!”
Ayer recordé algo que leí una vez sobre los defectos de Jesús.
Ciertamente pude experimentar que es cierto, tiene muy mala memoria.
Estaba todavía consolada por su visita el otro día y por lo que había
acontecido. Y volvió a aparecer tan solo 48 horas después. No hizo alusión a
nuestro encuentro ni a lo que había pasado, es como si aquello ya se hubiera
desvanecido, como si ya no tuviese importancia, como si no hubiese ocurrido. No
podía creerlo pero me hizo sonreír la situación. Y a la vez me dije: “Bendito
sea el Señor por su mala memoria”. Porque eso me confirma que tampoco lleva
cuenta de mis caídas, de los hoyos en los que me he metido, de las veces que me
he enlodado… La esperanza para mí sería solo una ilusión. Pero nada de eso. Es
capaz de hacer nuevas todas las cosas. Cada día es nuevo.
Hoy soy libre para decidir amar o reservarme todo lo que me ha regalado,
para buscarle o buscarme, para responderle o hacer mi voluntad.
Hoy se me da otra vez la oportunidad de levantarme, de dar un paso más,
de abrir los ojos y estar atenta a su Presencia, de encontrarme con Él…
Un nuevo día para abrazar lo que venga, para agradecer, para perdonar y
pedir perdón, para amar…
Para Él cuenta el ahora, el presente. En esta realidad, en este momento,
está. Aquí y ahora es donde puedo encontrarme con Él y responder con lo que soy
y tengo a tanto amor.
jueves, 18 de abril de 2024
“TRASCENDER LAS HERIDAS”
Todos tenemos heridas, el problema surge cuando no están sanadas y vivimos
desde ellas. Si no cicatrizan, corremos el peligro de que supuren al menor
comentario o gesto de otros. Y entonces surgen las quejas, los desprecios, las
defensas o ataques. Nos convertimos en esclavos de las heridas permitiendo que
sean nuestras dueñas y señoras. No somos conscientes de lo que nos perjudican y
del daño que hacemos a otros. Vamos salpicando a los demás nuestro dolor
creando división.
Es una realidad que las heridas nos van a acompañar siempre pero es tarea
nuestra sanarlas o al menos no vivir desde ellas. Que no se conviertan en
protagonistas hasta el punto de encerrarnos en nosotros mismos.
Cuando las heridas nos gobiernan asumimos diversos roles. Unos prefieren
el de víctima, se quejan por todo, van dando lástima para cubrir sus carencias…
Otros escogen el rol de perseguidor aplastando con palabras y hechos a quien
tocó sus heridas… Otros…
Evitemos identificarnos con nuestro ego y sus heridas. Trascendamos esas
realidades dolorosas para poder vivir desde lo que realmente somos.
jueves, 11 de abril de 2024
“LO QUE MÁS OS DESPIERTE A AMAR…”
En palabras de Santa Teresa: “Lo
importante no es pensar mucho sino amar mucho así que, lo que más os despierte
a amar eso haced”. ¡Qué distintas serían nuestras vidas y nuestro mundo si
tuviésemos esto en cuenta!.
Decimos querer hacer la voluntad de Dios pero ¿Nos mueve el amor o nuestros
intereses o necesidades personales?. ¿Cuál es el criterio que seguimos a la
hora de: Tomar decisiones, elaborar proyectos, relacionarnos con los otros,
realizar una acción o comprometernos en algo?.
“Lo que más os despierte a amar
eso haced”. Unas veces amar implicará hablar
y otras callar, en ocasiones ofrecerse a un servicio para el que nadie está
dispuesto o ceder el puesto o la responsabilidad de una acción a otro. En algún
momento por amor habrá que exponerse en público y otras permanecer en segundo
plano, en lo escondido. Incluso por amor estaremos con esas personas que no son
tan de nuestro agrado, realizaremos actividades que nos suponen esfuerzo o
incluso nos disgustan, renunciaremos a quereres, intereses o apetencias… Sería
bueno al final del día revisar cuáles fueron nuestras verdaderas motivaciones
para ir purificando nuestras intenciones y ver cómo se nos cuela el ego
esclavizando nuestra voluntad.
Lo importante no es pensar mucho, tampoco hacer mucho, porque ¿De qué
sirve pensar, hacer, si en todo ello no amamos?.
Amar mucho solo es posible si se vive desde dentro, desde lo que somos.
Mientras seamos esclavos de la tiranía del ego nos moveremos en la superficie,
permaneceremos pendientes de todo lo que nos rodea y, nuestras acciones y
omisiones estarán condicionadas por los otros o por la imagen que anhelamos,
proyectamos o defendemos.
Si no permitimos ser al Amor que nos habita difícilmente construiremos el
Reino. Podremos hacer muchas cosas pero no evangelizaremos con nuestra forma de
ser, estar y relacionarnos con los otros.
El Amor que nos habita necesita ser, darse… Sólo alcanzaremos la plenitud
cuando ese Amor sea el dueño y Señor de nuestra vida, cuando sea el motor de
todo lo que provoquemos con nuestras palabras y silencios, con nuestras
acciones y omisiones.
“Lo que más os despierte a amar
eso haced”. Pongamos al ego en su lugar y
permitamos ser al Amor.
lunes, 8 de abril de 2024
“SI NO NOS HACEMOS COMO NIÑOS…”
Al crecer nos van “domesticando” y progresivamente perdemos esa
espontaneidad natural de los niños que dicen lo que sienten y expresan sus
emociones sin reparo alguno.
Los adultos hemos aprendido a controlar lo que hablar o lo que conviene
callar, a reprimir sentimientos por miedo a las reacciones de los otros, a
actuar o paralizarnos en función de posibles juicios.
Detengámonos un
momento ante este fragmento del evangelio de San Juan: “Seis días
antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús
había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y
Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro,
ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se
llenó del olor del perfume”. María estaba llena de amor. Amaba tanto a Jesús que no tuvo reparo en
acercarse, tocarle, ofrecerle aquel perfume “muy caro”… No midió, no se detuvo
a cuestionarse sobre las posibles murmuraciones o comentarios. Ese Jesús al que
tanto amaba había llenado su corazón de tanto amor que, no podía contenerlo en
su corazón y, necesitaba compartirlo.
Una fuerza interior nos impulsa a ser nosotros mismos, a ser espontáneos,
a expresar lo que sentimos. Sin embargo no son pocas las veces en las que
hacemos caso omiso a esa fuerza perdiendo la oportunidad de compartir lo más
valioso de nosotros mismos.
Los años van pasando para todos. Muchos ya nos han dejado o no están a
nuestro lado. ¿Cuántas palabras se quedaron sin decir?. ¿Cuántos abrazos y
gestos de cariño no se mostraron?. ¿Cuántas lágrimas contuvimos?... No nos
quedemos en la nostalgia ni en la culpabilidad. Todavía estamos a tiempo de ser
lo que somos.
sábado, 6 de abril de 2024
“SÉ TU MISMO”
Mirarnos en relación a los otros nos puede acomplejar o, por el
contrario, engrandecer. No se trata de hacer o no hacer, de hablar o callar,
queriendo imitar a nuestras “estrellas” o queriendo sobresalir por encima de
los otros para demostrar lo que ni siquiera nos creemos.
Cada uno hemos nacido con unos dones. Es tiempo perdido, y energía
derrochada, el vivir en función de las expectativas o la mirada de los otros.
Compararnos con aquellos a quienes consideramos “más perfectos”, aumenta
nuestra frustración, nuestra impotencia, nuestra amargura. Quizás nunca
lleguemos a ser como ellos y habremos perdido mucho tiempo en aquello que no
nos correspondía.
Compararnos con aquellos a quienes consideramos menos aptos o agraciados,
hace crecer nuestra soberbia a la vez que se intensifica el miedo a perder la
imagen proyectada.
Cada uno tenemos nuestro camino, nuestra misión, nuestra vocación. Ese
camino es único e irrepetible, y lo debemos recorrer con los ojos puestos en
Jesús para desplegar así todas las potencialidades
que nos ha regalado para gloria suya.
En ese “ser uno mismo” no faltará quien nos critique y nos alabe. “¿Y a ti qué?”. Así fue como le dijo
Jesús a Pedro cuando se interesó por el destino de Juan. “De todas formas, hagas lo que hagas o digas lo que digas, nunca van a
hablar todos bien de ti hasta el día de tu funeral” – comentaba el otro día
un sacerdote.
Ser uno mismo supone vencer el obstáculo del miedo al qué dirán, al fracaso, al rechazo, al abandono, a la humillación…
Hagamos o
no, hablemos o callemos, siempre buscando la mayor gloria de Dios, y sin poner
los ojos en otro que no sea Nuestro Señor que nos ha creado para ser suyos.
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