Puede que, por nuestra mente racional y limitada,
queramos encasillar a Dios o ubicarle en lugares específicos y concretos. Esto
reduce nuestra posibilidad de encuentro con Él a determinados momentos u
ocasiones.
Dios está en todo y todo puede ser lugar de encuentro con
Él: la adversidad, los quehaceres diarios, el trabajo, el descanso, la relación
con los otros, la lectura de un libro, una canción, una película, un paseo por
la naturaleza, la atención a los “más pequeños”…
¿Qué me impide encontrarme con Él? ¿Apegos, adicciones,
creencias limitantes, exceso de actividad, preocupaciones, dinero, miedos, mis
“quereres” y caprichos, perfeccionismo, culpa, resentimientos…?
¿Qué personas hay en mi vida que también están obstaculizando
y entorpeciendo mi encuentro con Él? ¿Quiénes me enredan y desvían de lo que
realmente da vida y es bueno y lo mejor para mí?
¿Qué medios pongo para que se produzca el encuentro? El
ciego gritó, Zaqueo se subió a un árbol, María (la hermana de Marta) se sentó a
escucharle, Nicodemo salió en la noche a buscarle, los amigos del paralítico
abrieron un boquete en el techo de la casa…
¿Acaso hay algún obstáculo infranqueable que te impida
encontrarte con Él?
Quien desea encontrarse contigo, te está esperando. Tú
decides si buscarle o buscarte, si seguir su camino o el tuyo, si vivir con Él
o sin Él. Eres protagonista de tu vida y tú escribes tu historia.