Quiero compartirte
algo que me ha pasado últimamente. He tenido experiencias diversas en relación
a la penitencia en la confesión y siempre me han parecido muy sencillitas: rezar algo, ir un
rato al santísimo…y en alguna ocasión nada. Me cuestiona porque la verdad que
con estas penitencias difícilmente voy a cambiar, me parecen como muy simples y
sencillas. Pero también confío en que la gracia haga su obra y agradezco el
amor infinito de Dios y su misericordia sin límites por tantos errores
cometidos en mi vida.
Sin embargo algo ha
pasado últimamente. En ejercicios espirituales me confesé y el sacerdote me
puso una penitencia que no se si llegaré a cumplir algún día. ¿Qué sentí?
Tristeza y dolor en mi corazón porque me creo incapaz, porque me parece muy
complicado, porque no me siento con la fuerza para ello, porque no sé ni por
donde comenzar…
Pasaron días,
semanas… y pensé en más de una ocasión en volver a confesarme para que me
pusieran otra penitencia más sencilla pero yo misma me reía de mi misma y me
decía “eso es hacer trampa”, “tienes que hacer lo que te dijeron”… La verdad
que cada vez que me acuerdo de esa penitencia confieso que siento dolor en mi
corazón pero en lo más profundo siento algo bien bonito, como una paz profunda
y una fortaleza que me empuja
El caso es que hace
poco me confesé con monseñor y cuál fue mi sorpresa que me puso la mismita
penitencia. ¡Noooooooooo!… no lo podía creer. No pude contener las lágrimas. En
mi interior algo quería decir: “no es justo”… “otra cosa por favor”... Solo
pude decir: “No puede ser, no puedo, ¿cómo es posible que me pongas la misma
penitencia que la que me puso el sacerdote en ejercicios?, ¡todavía no he
podido cumplirla!”. Solo se sonrió y asintió con la cabeza. Nunca me había
pasado algo así. Viven en dos departamentos distintos, no hablan pero aunque
así fuera no sería yo el centro de su conversación. ¿Casualidad o providencia?
Yo creo en la providencia así que no me queda otra que pensar que me quiere
jugar otra de esas pasadas que me deja “noqueada”. Y ahora ¿qué me queda?.
Cumplir esa penitencia… bueno, intentarlo… necesito toda la vida… Pero en el
fondo reconozco que lo agradezco porque por lo menos me obliga a estar
despierta y a cambiar.
Dios ya nos ha
perdonado antes de llegar a confesarnos pero algo tendremos que poner de
nuestra parte para ser cada vez más fieles. El camino no es fácil y muchas
veces lo sentimos cuesta arriba y lleno de obstáculos pero no vamos solos.
Confiemos en que Él hará su obra pero dejémosle actuar y ser en nuestras vidas.
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