¿Quién es nuestro
Absoluto: la imagen, las cosas, el dinero, el prestigio, el poder, la norma,
mis caprichos, mi adicción,…?
El otro día me pasó algo
curioso. Me tocaba leer el salmo en la eucaristía. Hasta ahí todo bien. Un día
antes recibo un whatsapp en el que me dicen que todos los servidores tienen que
ir de blanco. ¡Vaya… pues yo los viernes voy de verde y fluorescente porque es
mi camiseta de uniforme de ese día!. Le hago saber al que me envió el mensaje
que sintiéndolo tendrán que prescindir de mí porque yo iría de verde. La
respuesta fue “OK”. ¿OK? No me lo podía creer… ¡qué tristeza me dio! Y no por
mí sino por el hecho en sí. Nos perdemos en las formas y se nos olvida lo
esencial y lo más importante… convertimos las cosas, la norma, y hasta la ropa
en nuestro Absoluto y nos olvidamos de quien es el verdadero centro y Absoluto
y por el cual nos reunimos.
Días después le dije al
que me respondió con un “ok”. Ojalá nos preocupáramos por la blancura y transparencia
de nuestro corazón como por la ropa… viviríamos más en armonía y realmente como
hermanos. ¿Acaso al Señor le preocupa de qué color vistamos? ¿Qué diría? Yo
creo que más de cuatro veces comenzaría con un… “Ay de ustedes…”.
Tenemos que estar muy
despiertos para no perder el centro… para no desubicarnos y hacer de “lo otro”,
de “los otros” o incluso de “mí” nuestro Absoluto. Hacer de todo eso nuestro
centro… es lo que nos destruye y nos deshumaniza. Dejar a Dios ser Dios y
ponerlo en el centro de nuestra vida es lo que nos da vida y nos permite vivir
como hermanos. Todos tenemos tarea pero como dije antes: “Hay que estar muy
atentos para no perder el norte”
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