Gente
de diversas religiones se jacta de tener el don de la palabra y también muchos
líderes políticos y de otras esferas. Sin embargo hay que tener en cuenta algo
¡Se puede hacer tanto bien y a la vez tanto daño con la palabra!
Y
si hay algo que me duele es que personas en nombre de Dios o de Cristo de
cualquier credo, sigan echando pesadas cargas a las espaldas de sus fieles
transmitiéndoles la idea de un “dios” castigador, juez, que exige sacrificios y
esfuerzo, que me da en la medida que yo me doy, que me envía enfermedades y
sufrimientos para probarme… dos mil años después, estamos como los fariseos...
cumplidores de las leyes, de las normas, rezadores, adoradores del santísimo… y
mostrando un “dios” que nada tiene que ver con el de Jesús… un “dios” que lejos
de liberar, esclaviza… un “dios” que lejos de levantar, aplasta.
El
don de la palabra como cualquier don tiene su riesgo o tentación: “El
endiosarlo”. El don que tengo lo convierto en mi Absoluto y entonces me jacto,
me vanaglorio… y me aprovecho de Él para que la gente me valore, me aplauda, me
quiera, me admire o me siga.
¿Cuál
es tu don? ¿Y si ese don te faltara? ¿Quién es el centro: Dios o tu don? ¿Cómo
puedes vivir ese don para que seas libre respecto a él?
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