En
nuestra vida podemos ir atesorando pequeñas perlas finas. Te invito a que
pongas nombre a esas perlas, te ayudo con algunos ejemplos: “Alabanzas, afectos de las criaturas,
títulos, salud, cosas materiales, aplausos, trabajo, éxito, cualidades…”.
Si
tuvieras que elegir entre un montón de perlas pequeñas, finas y preciosas o una
de gran valor ¿con cuál te quedarías?.
Como
somos humanos podemos desear y apegarnos a aquello que es más perceptible a
nuestros sentidos. Hacemos acopio de perlas finas creyendo que tenemos algo
cuando en realidad, es una falsa ilusión, bien sabemos que hoy están y mañana
no.
Si
esas perlas finas pierden su brillo, tememos perderlas o desaparecen de
nuestras vidas, surgen la tristeza, el enojo, la frustración, la impotencia, la
incomprensión. Poner en ellas la confianza, la seguridad, la esperanza o la
felicidad, es una pérdida de tiempo, es necedad.
Pudiendo
tener la “PERLA” nos contentamos con un montón de perlas brillantes pero muy
chiquititas. La suma de todas las perlas finas que podemos acumular no se
iguala con el valor de la gran “PERLA”. Es más, la “PERLA” no hay peligro de
perderla, permanece.
¿Queremos
seguir atesorando perlitas?. Elegir la “PERLA” supone renunciar a ese montón de
perlitas, las que están y las que deseamos. Hay que optar. ¿Somos capaces de
entregarlas todas para quedarnos con la “PERLA”?.
Cada
vez que sufres, plantéate si no es porque has perdido una perlita o temes
perderla. Tu atención y tu corazón andan centrados en ella y no ves más allá.
Cuando
las situaciones adversas aparezcan, recuerda que tienes una PERLA preciosa de
valor incalculable, y dirige tu mirada y tu corazón hacia ella. Deja
ir esas perlitas, ponlas en Sus Manos. Preséntate ante Él con las manos vacías,
porque la realidad es que es una falsa ilusión creer que posees algo. La
realidad es que nada tienes, nada te pertenece, ni siquiera tu vida. Extiende
tus manos, una PERLA de gran valor se ofrece y desea ser recibida.
El otro día entró un señor en la librería diciendo una y otra vez: “No entiendo nada”. Estaba abrumado por
una situación que estaba viviendo en su parroquia. Fue a buscar consuelo en un
religioso y para colmo ya se había ido de la ciudad para no volver. A su “no entender” se sumó
otro “no entender”.
He escuchado a otros desde ese día con la misma canción: “No entiendo nada”. Y la mayoría lo
viven con sufrimiento. Queremos tener todo bajo control y todo se nos escapa. Nuestro
entendimiento es incapaz de abarcarlo todo.
Ante las circunstancias inesperadas que sobrevienen no hay muchas
opciones, de nosotros depende cuál escoger. De la elección dependerá el
seguirnos enredándonos, hundirnos o volar.
Hay quien opta por enojarse con Dios, con todos y consigo mismo.
Otros prefieren negar lo que sucede, no querer verlo, pensar en otras
cosas o huir buscando alternativas que satisfagan los propios deseos o colmen su
vacío.
Si se nos ha regalado el don de la fe, contamos con la opción de
trascender “eso” que decimos no entender. La unión con Dios no la lograremos
por el entendimiento, ni por los sentimientos, ni por los gustos. Hay que dar
un paso adelante. Abandonarnos. Rendirnos. Acoger y abrazar “eso”. Dios sabe lo
que hace y todo lo hace bien. No se trata de entender sino de confiar en que
todo forma parte de un plan de amor y “eso” es necesario.
¿Qué más da si entiendo o no?. ¿Es cuestión de razonamiento o de
confianza?. ¿Es cuestión de control, o de abandono y aceptación de la voluntad
de Dios?. ¿Es cuestión de cabeza o de corazón?.
El sábado no tuve otra opción que participar en una eucaristía de
principio a fin en eusekera. Se lo estaba contando la otra mañana a un
sacerdote y su pregunta fue: “¿Y ya te
enteraste de algo?”. Respondí: “De lo
principal, que Jesús estaba ahí”. Tras eso, se hizo el silencio.
El don de la fe te permite dar el salto. Quizás no haya que entender
todo, a lo mejor no es necesario ni siquiera entender un poquito. Te abandonas
y, cuando te das cuenta, ya estás volando.
El lugar en el que estás es el que el Señor quiere para ti en este
momento. El lugar tan solo es un medio, un medio para amarle, servirle y acoger
su amor. Visto así… ¿Qué mas da el lugar?. ¿Acaso no está ahí?.
Hacer su voluntad pasa también por acoger ese lugar que Dios ha dispuesto
para ti: Una habitación de hospital, una residencia de mayores, un trabajo, una
parroquia, la celda de una prisión o de un convento, la casa y a las personas
con las que convives…
En ese lugar en el que estás, también está Él.
A veces pensamos o anhelamos otros lugares, los consideramos incluso más
perfectos y no terminamos de aceptar aquel que el Señor ha dispuesto para
nosotros. Renegamos, nos quejamos y a veces huimos buscando otros escenarios en
los que poder satisfacer nuestras necesidades o llenar nuestros vacíos.
El lugar es el que es, éste es el que nos toca en este momento.
El lugar es relativo, es transitorio, como todo lo demás. Todos somos
peregrinos en esta tierra y tarde o temprano ya no estaremos donde ahora
permanecemos.
En esos espacios concretos, en los que nos movemos en el día a día, somos
invitados a realizar nuestra misión, a encaminarnos a Él, a “pegarnos” más a Él,
a perseverar aunque aparezcan dificultades, a esperar y darlo todo mientras no
disponga otra cosa.
Ese lugar en el que estamos es el que Él ha pensado para nosotros en este
momento, es el ideal para que su voluntad sea por medio nuestro. Abrazarlo y
acogerlo es abrazar y acoger a Jesús y la voluntad del Padre, es abandonarnos,
dejarnos amar por Él.
Amar ese lugar, y ofrecer nuestra alma, nuestra vida y nuestro corazón en
él, es amar a Dios.