jueves, 27 de octubre de 2016

"QUE NO PERDAMOS LA SENSIBILIDAD"

Monseñor Ángel Garachana obispo de la Diócesis de San Pedro Sula y presidente de la Conferencia Episcopal de Honduras desde hace unos meses, no se cansa de insistir en que no perdamos la sensibilidad. La costumbre y la rutina nos pueden hacer insensibles ante el dolor y el sufrimiento del otro. Es una tentación en la que fácil e inconscientemente podemos caer.

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Esta tarde sucedió algo. Estaba platicando con un sacerdote cuando se acercó una mujer muy bien vestida. Deseaba confesarse. Dijo venir de otro departamento solo para eso. El sacerdote le explicó que a las 4pm tenía que confesar a una mujer y que después a las 6pm tenía un compromiso. Le dio varias opciones:


* ir a catedral a las 5.30pm, donde todos los días a esa hora hay un sacerdote
* regresar en otro momento y solicitar cita (día y hora a su gusto)
* confesarse en su lugar de origen ¿para qué venir hasta San Pedro a confesarse habiendo allá sacerdotes?
El Padre cerró la puerta. Pude ver el rostro de tristeza y decepción de la mujer. Vi cómo se alejaba. Entró en su carro, lo puso en marcha, salió del parqueo… Mi cabeza no paraba de girar “Pucha, si fuera sacerdote le confesaba ahorita mismo, pero no soy sacerdote. Esa señora necesita confesarse. No se puede ir así. No ha venido a San Pedro a comprarse un vestido, ha venido a confesarse y el por qué ha decidido que sea acá solo ella sabe. No puedo quedarme de brazos cruzados contemplando como se aleja.”. Cuando llegó a donde yo estaba, le abrí la puerta del copiloto. Me miró. Solo le dije:
* “Creo que puedo hacer algo pero necesito hacer una llamada para ver si conseguimos un sacerdote”
* Me miró son sus ojos aguados. “!Viera qué triste me voy…!. Tengo años de no confesarme”
* “Espéreme”. - Hice una llamada y gracias a Dios ahí estaba la respuesta a la necesidad de la mujer. – “Vuelva a parquear su carro. Ya tiene sacerdote. Yo le voy a acompañar”.
Salimos caminando… en silencio… ella rompió el silencio para preguntarme: “¿Por qué quiere ayudarme?”. ¿Será que estamos tan poco acostumbrados a que personas a las que no conocemos hagan algo por nosotros?.
Yo le respondí: “Me puse en su lugar. Sentí su tristeza y su decepción. Y me limité a hacer lo que me hubiera gustado que alguien hubiera hecho por mí si algo semejante me sucediera. Tenemos que tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran. Yo a usted no la conozco pero tampoco es necesario.”. No hablamos más. La dejé esperando a que terminara el Padre una confesión y le di un abrazo de despedida. Ni siquiera le pregunté cómo se llamaba, ni creo que la vuelva a ver pero… ¿qué importa? Lo que verdaderamente importa es que hice lo que tenía que hacer.

¡Cuántas veces “nuestras cosas”, la rutina, la comodidad, “lo de siempre”,… nos hace perder la sensibilidad ante las personas que nos rodean abrumadas por su angustia, sus preocupaciones, sus problemas…!. Nos convertimos muchas veces en funcionarios de despacho, limitando nuestro trabajo a lo establecido, a unos horarios… y no nos salimos de ahí porque se sale de lo programado. Y con ello nos perdemos el asombrarnos ante la novedad, nos perdemos el encuentro con Dios porque le cerramos la puerta en nuestras narices.
Que en nuestra oración siempre esté presente el deseo de ser sensibles ante el dolor ajeno y de responder en la medida de nuestras posibilidades. Que seamos compasivos y misericordiosos con “quien está herido” y reclama un poco de atención, compañía, escucha, amor…
La insensibilidad va endureciendo nuestro corazón y lo va convirtiendo en un corazón de piedra.
Seremos Evangelio cuando seamos capaces de sentirnos uno con el otro y responder a sus necesidades
Seremos Evangelio cuando antepongamos el amor a todo lo demás
Seremos Evangelio cuando le dejemos ser a Él a través de nuestras vidas.
Que Dios nos conceda la gracia de no perder la sensibilidad 

sábado, 22 de octubre de 2016

"DAR VIDA"


Esta semana he estado proyectando en las aulas de quinto, sexto y séptimo de las escuelas públicas el vídeo del DOMUND del año 2014. Es una historia real que aconteció en Brasil pero son hechos que suceden en la actualidad en muchos países de América Latina. L@s niñ@s y jóvenes se han sentido bien familiarizados con lo que ocurre en el vídeo: joven de familia desintegrada, una pandilla de jóvenes que le persigue hasta querer darle muerte… y al final, un sacerdote que muere por dar la vida por el muchacho.

Me cuestiona este vídeo y me cuestiona el testimonio de muchos hombres y mujeres que me rodean y que desde su sencillez se desviven por dar vida.

El pasado domingo conversé con una profe a la que conozco desde febrero. Los domingos son tan pesados de trabajo que hay días en los que al final de la jornada estoy apenas saludando a alguno con el que no me he cruzado en todo el día. Este último domingo solo trabajamos medio día. A las doce y media al terminar la Eucaristía, las monjitas nos llevaron de convivencia a comer a la playa.
Primera vez en mi vida que las monjas me llevan a la playa de excursión, nunca pasé de ir a Zaragoza a visitar el Pilar, al Corte Inglés y al parque de atracciones. Pudimos así compartir y conocernos un poquito más. De regreso se sentó junto a mí una profe de 34 años, tiene fama de gruñona y antipática. El día que la conocí hasta a mí me cayó “gorda” pero el segundo día le di un abrazo y cuando le vi la cara que puso me cambió la percepción que tenía de ella. Vi detrás de ese armazón que cargaba, un ser débil, frágil y necesitado de amor. Este domingo se dio la oportunidad de estar y compartir más sobre nuestras vidas, y esa mujer se abrió hasta llegar a tocar mi corazón. Ahora puedo decir que hasta la admiro.


R. nació y vive en una colonia marginal, de las de peor fama de San Pedro Sula. Fue formada por los misioneros de Maryknoll y tiene ya 12 años de trabajar con las hermanas de María Auxiliadora. Los misioneros, su disciplina, su formación y D. Bosco, han sido para ella decisivos para “dar vida” y entregar su vida a Jesús. Si no llega a ser por todos ellos, seguramente hubiera terminado en una mara o madre soltera o embarazada a temprana edad. Sin embargo ellos la salvaron, y esa mujer es a todo dar. A sus 34 años su pasión siguen siendo los jóvenes y recuerda, con alegría en su rostro, como algunos se han apartado del mal camino justo a tiempo por una palabra que les dijo o una buena regañada. Continúa trabajando con y por los jóvenes porque cree en ellos y porque le preocupa su futuro. Me admira verla y sentirla tan entregada, y a la vez me cuestiona.
Hay mucha gente a la que conocemos superficialmente, a la que tal vez etiquetamos… y no nos damos cuenta de la riqueza que hay en su interior y de la vida que dan. Personas sencillas, silenciosas, anónimas, que pasan desapercibidas a nuestro lado y que son verdadero testimonio de Jesús.


Estas personas son parte de mi inspiración, de mi fuerza, de mi deseo de despertar… tal vez algún día les pueda llegar a la suela del zapato y dar algo de vida a mi alrededor sin medir tanto los pasos, sin anteponer mis intereses, sin excusas. Tal vez algún día me deje hacer y deje ser a Aquel que me creó y me da vida. Tal vez algún día… ¡Cuánto camino por recorrer… pareciera que todavía estoy comenzando!