“Isabel,
llena de Espíritu Santo, exclamó con voz fuerte: Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre”. Isabel estaba llena de Dios, llena de Espíritu
Santo, por eso alaba, se alegra, ve más allá de lo que sus ojos físicos
alcanzan a mirar, descubre la bondad de Dios...
Nos
sirve el ejemplo de Isabel para revisar nuestras vidas y sobre todo nuestras
palabras. “De la abundancia del corazón habla la boca”. ¿Qué hay en nuestro
interior?. Contemplando lo que pensamos y/o decimos podremos hacer un buen
ejercicio de evaluación de lo que nos habita.
“¿Acaso
una madre daría una piedra a su hijo si éste le pide un poco de pan? Pues Él
nos dará el Espíritu Santo si se lo pedimos”. Así se nos recuerda pero nos
despistamos pidiendo otras cosas que no tienen tanta importancia o no están
cimentadas en la voluntad de Dios sino en nuestras necesidades o intereses
personales.
Pidamos
el Espíritu Santo. Que sea Él quien guíe nuestras vidas. Que le permitamos
acampar a sus anchas en nosotr@s. Que sintamos su Presencia en lo más hondo de
nuestro ser. Que nos ayude a descubrir la bondad de Dios en todo lo creado… Y así nuestras palabras y acciones serán un continuo canto de alabanza orientadas en todo a amar y servir.