Ayer se dio por inaugurado el nuevo curso diocesano en el monasterio de Valvanera. Subí sin expectativa alguna así que regresé más que rebosante por la experiencia vivida. Fue un día bello, totalmente dirigido por el Señor, no imaginé todo lo que podía pasar.
Entre la multitud de anécdotas
hoy quiero resaltar una porque me conectó con algo en lo que llevaba dos días
meditando. Después de la bendición final, todos agarraron buses y coches para
regresar, nosotros optamos por quedarnos y bajar al río para pasear un rato.
Una bendición ir compartiendo entre el canto de los pájaros y el sonido del agua
que descendía a nuestro paso. En un momento hice parar a los que iban delante
para que admiraran lo que acontecía frente a ellos. Los rayos de sol se abrían
paso entre las ramas para alcanzar el camino. Espectacular el paisaje que
teníamos delante de nuestros ojos. Fue cuestión de segundos pero un regalo, un
guiño del Señor, a mí al menos me hizo sonreír, admirar y agradecer lo que se
nos ofrecía.
Ahí afuera percibimos muchos
atisbos de su amor, de su Presencia, pero corremos el riesgo de quedarnos en lo
externo, en lo que nuestros sentidos pueden percibir. Nos quedamos con “los
caramelos” que el Señor nos ofrece, saboreándolos y recordándolos cuando ya no
están, y no son otra cosa que obstáculos para encontrarnos con Él. 
Por mirar los rayos dejamos de ver
el sol. Y habrá quien diga: “Es que si
miro el sol me voy a quedar ciego”. Precisamente la ceguera de todo lo que
nos rodea y de lo que nuestros sentidos perciben es la que nos va a permitir el
encuentro con solo Dios. Bendita ceguera que nos impide ver las realidades
inmediatas para poder encontrarnos cara a cara con el Creador.
Por supuesto que hay que agradecer
los pequeños regalos pero también hay que dejarlos ir porque hay un camino que
espera ser recorrido. Esos regalos manifestados en afecto o reconocimiento de
las criaturas, acontecimientos, expresiones de la naturaleza, frutos cosechados
con nuestro trabajo… nos hablan de Dios pero no son Dios. Y sí: “¡Cómo se
agradece todo eso!”. Pero dejan de ser reales en cuestión de tiempo al igual
que desaparecieron ayer los rayos de sol en cuestión de segundos.
Esos rayitos se presentan sin
esperarlos pero en ocasiones los buscamos en la compañía, en las palabras o en
el cariño de una persona, en el bienestar que sentimos en una celebración o en
una reunión, en la paz que nos reporta… Queriendo tenerlo todo pretendemos
atrapar o poseer esos rayos fugaces que se van igual que llegaron.
Que Su Luz se intensifique y nos
atraiga cada vez con más fuerza de manera que los rayos de luz que nos ofrece
no nos deslumbren hasta el punto de quedar anclados en ellos.
Que tengamos el valor de
renunciar, de dejar ir, todos esos pequeños regalos que nos hablan de su amor
pero que no son Él. Nos llenan de gozo, alegran nuestra alma, pero en el fondo
pueden distraernos y enredarnos alejándonos de Él. Que caigamos en la cuenta de
que nos gustan y a veces podemos incluso desearlos pero la realidad es que no
los necesitamos para llegar a Él, para encontrarnos con Él.
Y que no temamos la ceguera fruto
de tener el valor de poner nuestra mirada y nuestro corazón solo en Él.
 
Gracias,Gloria. Muy bien, claro mensaje.
ResponderEliminar⚘️
ResponderEliminarMuchas gracias por tu mensaje. Es muy cierto, a veces buscamos quedarnos en lo sensorial, pero Dios va más allá de los sentidos. Un abrazo, querida Gloria.
ResponderEliminarGracias, Gloria, que hermosura de reflexión.
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