
Seguramente
alguna vez te han preguntado: “¿qué es lo que haces?”. Creo que es la pregunta
que menos me gusta escuchar. Si me callo parezco descortés pero si cuento lo
que hago, mi corazón se queda triste y me inunda una sensación de vacío
interior.
Hoy venía
caminando para la casa e iba reflexionando en lo que había pasado en la mañana
y meditaba en esta pregunta.
¿Qué es lo que
haces?. ¿Realmente es importante lo que hacemos?. Nos preocupa lo que el otro
hace cuando valoramos a los otros, y a nosotros, en función del hacer. Pocas
veces preguntamos o nos preguntan: ¿Cómo está tu corazón? ¿Cómo te sientes?
¿Eres feliz?... Tal vez nos da miedo lo que vamos a escuchar o que nos
devuelvan la pregunta pero ¿acaso eso no crearía relaciones humanas más
profundas y duraderas?
Y ahora voy
más allá… ¿qué es más importante, qué tiene más valor: lo que hacemos o lo que
Dios hace a través nuestro? Esto me cuestiona sobremanera porque nuestro hacer
la mayoría de las veces, si no todas, puede ser producto de motivaciones
puramente humanas de búsqueda de uno mismo, de satisfacción de necesidades
afectivas, de valoración, de aceptación… Ese hacer no da fruto o muy poco
porque contamos solo con nuestras fuerzas o capacidades. Es un hacer estéril,
vacío...
Afanados en el
hacer y en los quehaceres, nos estamos perdiendo lo más importante: dejar a
Dios ser en nosotros. ¿De qué nos sirve terminar la jornada agotados si no le
dejamos ser? ¿Pero cómo dejarle ser? Si no hay un encuentro con Él en lo más
íntimo de nosotros mismos: complicado. El hacer de Dios tiene su raíz en lo más
hondo del corazón humano, allá donde la persona se encuentra en el silencio y
la soledad con el Dios de Jesús. El hacer de Dios es producto de ese encuentro.
Si no cambiamos nuestra mirada, si no miramos con otros ojos, difícilmente
vamos a poder dejarle ser, difícilmente vamos a descubrir lo que Dios hace en
nosotros. Afanados en “nuestras cosas” vivimos en lo superficial, en lo
externo, en lo que tiene valor para la mirada humana. Nos estamos perdiendo lo
más importante. Buscamos fuera cuando tenemos un tesoro en nuestro interior que
espera ser descubierto.
No nos
preocupemos tanto por el hacer. El hacer no puede ser producto de una
imposición, de una exigencia… El hacer de Dios viene solo y no supone esfuerzo
o sacrificio. Bucea a las profundidades del corazón, allá te está esperando.
Solo cuando nos encontremos con Él, seremos capaces de dejarle ser y obrar
milagros
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