jueves, 23 de octubre de 2025

“TODO LO VE, TODO LO SABE”

 

El domingo pasado me subí a San Bartolomé antes de ir a la eucaristía de la parroquia. Llegué a las 10h y me fui a ubicar delante del Cristo de la sonrisa, es raro porque suelo colocarme en la segunda o tercera banca delante del altar. Quizás la luz, que iluminaba a Jesús, me atrajo hasta allí.

Fui con la idea de estar un buen rato de plática con Emeterio. Todas las mañanas está a la disposición de quien se acerca y cuando entras en la sacristía es como si se parara el tiempo, te conviertes en la persona más importante para él, no se preocupa ni del reloj ni de si hay alguien esperando.

Más que hablar creo que buscaba una palabra. No hay vez que no pronuncie una de esas frases que se te quedan grabadas en el corazón porque es lo que más necesitas en ese momento. El caso es que no se dio la oportunidad. Una señora se me adelantó.

Había mucha distancia desde donde estaba hasta la sacristía. Me podía haber sentado junto a la sacristía esperando mi turno y así también evitaba que otro se me adelantara pero no lo pensé y me quedé con Jesús.

Como a las 10.40h se abrió la puerta y escuché la voz del que está encargado ahora de la iglesia. Pasados unos cinco minutos decidí acercarme y vi que estaba preparando todo para la eucaristía pero ni rastro de Emeterio.

Al día siguiente Emeterio llegó a la librería y tras darme los buenos días me dijo: “Así que ayer te encontraste con la puerta cerrada”. No daba crédito. ¿Cómo sabía que yo había estado ahí si a veces hasta que no estoy a medio metro no me reconoce?. No le encuentro explicación. Yo no lo vi esa mañana, y de haberme visto no me hubiera reconocido por la gran distancia que me separaba de la sacristía.

Ya con esto era suficiente pero no quedó todo ahí. El martes volvió a llegar a la librería y me preguntó: “¿Ya tienes más paz?”. Ah, no… ¿pero es que también sabía que quería estar con él y que algo perturbaba mi corazón?. Hizo la pregunta pero conocía mi respuesta. Esa mañana sí que vi las estrellas al salir de casa. Aún así me regaló la bendición de San Francisco antes de marchar: “Que le Señor te bendiga y te guarde, te muestre su rostro… que el Señor te conceda su paz”. La pronunció mirándome a los ojos, de forma pausada y con tanto cariño que mis ojos se iban aguando cada vez más.

Una anécdota para recordar que Dios todo lo ve y todo lo sabe. Conoce nuestra intención, lo que ronda nuestro corazón, lo que necesitamos, lo que deseamos, lo que buscamos… conoce nuestros miedos, nuestras batallas, nuestra historia, lo que nos preocupa… Se vale de los otros, de los acontecimientos… para recordarnos que nos quiere, que nos acompaña, que nos sostiene, que no estamos solos.

No pude compartir con Emeterio el domingo, al final no fue necesario. El Señor sabe qué es lo que más nos conviene y eso es lo que nos ofrece. Esperar que se nos dé de una determinada manera nos puede cegar al regalo que nos tiene preparado. No hay nada como acoger y abrazar las contrariedades como vienen porque definitivamente ahí también está el AMOR.

Todo lo ve, todo lo sabe y porque nos conoce nos da en cada momento lo que necesitamos para unirnos más a Él.

2 comentarios:

  1. Gracias Gloria por tus testimonios, que hacen tanto bien, y que te recuerdan que JESÚS siempre está a tu lado y nos conoce. Me hacen mucho bien tus comentarios y testimonios

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  2. Gracias, Gloria,por compartir la fe en la providencia de Dios y saberle descubrir en cada situación, me hace bien leer tu temas. Gracias.

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