Cada uno debe encontrar
su lugar y para ello es necesario escuchar qué es lo que dice el corazón. Ahí,
en lo más profundo de nuestro corazón, es donde habitan los deseos de Dios y
donde se encuentran todas las respuestas a nuestros interrogantes.
Si somos sensat@s a
nadie se le ocurriría plantar mangos en La Rioja porque florecen y dan fruto en
países tropicales. Tampoco pensaríamos en cultivar viñas en una ciudad como San
Pedro Sula (Honduras) porque morirían en el intento. Con nosotr@s pasa lo
mismo. Según esta regla de tres tendríamos que cuestionarnos: “Nuestra semilla
¿está sembrada en tierra que puede dar fruto?”, “¿se dan las condiciones en esta
tierra para que la semilla germine o peligra su crecimiento?”
Estoy totalmente de
acuerdo con la necesidad de echar raíces pero siempre y cuando sea en el lugar
adecuado para crecer, florecer, dar fruto… ciudad, institución, lugar de
trabajo…
Todo esto lo uno con el
criterio de discernimiento ignaciano:
-
Nazaret es aquel lugar que ya no te cuestiona,
que no te reta, en el que todo está hecho, en el que ya hemos dado todo de sí…
Hay que salir de él si no queremos acomodarnos y entrar en la apatía, en la
desesperanza… Así como hizo Jesús cuando Nazaret ya le había aportado todo lo
que necesitaba para continuar su misión.
-
Jerusalén es aquel lugar que te reta, que te
moviliza, que te invita a salir de ti, a darte, a desplegar alas, a vivir en
plenitud por y para los demás
Hay situaciones,
lugares, espacios, actividades… que se han convertido en rutinarios, que nos
adormecen, que nos ahogan, que nos limitan, que no nos permiten ser…
Que cada uno se analice
en función de en qué espacios se mueve y qué es lo que hace, cómo lo hace,
cuáles son sus motivaciones...
Echemos raíces sí… pero
allá donde podamos SER, desarrollar toda nuestra potencialidad y ponerla al
servicio de los otros.
Bendiciones
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