Estoy estos días dando vueltas
a algo. ¿Por qué hay gente que se pierde y otros que son rescatados por Dios
una y otra vez?. No creo en un Dios que tiene preferencias porque si nos ama
incondicionalmente nos trata a todos por igual. ¿De qué depende entonces? ¿De
la voluntad? ¿De la oración? ¿De la capacidad de discernir? ¿De la fortaleza o
la debilidad de cada uno?... No tengo respuesta para mi pregunta. Solo sé que
en mi caso, y hasta el momento, he salido de todas por pura gracia de Dios. Ya puedo estar con el agua
al cuello o metida en un hoyo donde ya no se mira ni la luz… pero que me saca,
me saca. Me tiene bien agarrada y si de algo estoy segura es que no pongo mucho
de mi parte, mi mérito es muy escaso. Tal vez por esto no consigo responder a
la pregunta.
El mal espíritu nos enferma y
nos aleja de Dios. En un primer tiempo lo hace de forma descarada. Se reconoce
rápidamente que las insinuaciones son suyas. El problema se acrecienta cuando
uno ya tiene tiempo de estar en el camino. Entonces el mal espíritu tiene que
ser más cuidadoso y sutil para ir ganando espacio. En estos casos se disfraza
de ángel. Nos ofrece cosas que son buenas en sí pero que a nosotros, más que
acercarnos a Dios, nos alejan de Él.
La voz de la conciencia es
nuestra brújula. Si todavía somos capaces de escucharla, no deberíamos
desatender lo que trata de decirnos. En ocasiones hacemos o dejamos de hacer,
decimos o callamos, aun sabiendo que no es lo correcto, que nos hace daño. Y
somos conscientes, y nos duele, pero nuestra pobre voluntad es muy débil. Si no
nos agarramos con fuerza a la oración y depositamos nuestra vida, alma y
confianza en quien nos creó, poco a poco nos damos cuenta de que nos alejamos
de Él. Y aquello que al principio sabíamos que estaba mal y que nos alejaba de
Dios, lo vamos justificando, maquillando… quizás para no sufrir. El mal
espíritu tiene la batalla ganada a menos que volvamos a tiempo los ojos a Jesús
y regresemos. Pero por nuestra propia fragilidad y vulnerabilidad no podemos
solos. Necesitamos orar y pedir al Padre fortaleza, fe… y expresarle nuestro
deseo de volver a su encuentro… de regresar. Dios puede poner de su parte pero
si nos falta la voluntad, difícilmente conseguiremos nuestro objetivo
¿Con quién te identificas?
1.- Te das cuenta y cierras
los ojos. Te dejas llevar hasta que ya estás tan metido y envuelto por el mal
espíritu que no hay forma de echar para atrás y no queda otra que asumir las
consecuencias
2.- Te das cuenta y
decides escapar de la trampa que te está llevando a perder tu alma, decides
poner fin al autoengaño en el que estás. Esto requiere de mucha voluntad y una
fuerte dosis diaria de oración
Lo triste es cuando,
aun sabiendo que se hace algo en contra de uno mismo, de la conciencia y de
Dios, se continúa en lo mismo. Porque, no nos engañemos, vivir situaciones así
más que procurarnos felicidad, nos crean ansiedad, nos dan tristeza, nos quitan
el sueño y el apetito, y nos dejan vacíos. Eso sin contar el dolor de saber que
nos estamos alejando de Aquel que sabemos que nos ama. Lo peor es que además de
nosotros, otros pueden resultar dañados por culpa nuestra.
¿De qué nos sirve
ganar la vida si se pierde nuestra alma? Estamos de paso. Nos queda un tiempito
en este planeta. Dios nos ha creado para ser felices. Escuchemos su voz en
nuestro interior, confiemos en Él. Lo que Él nos ofrece es lo mejor, lo que
verdaderamente nos va a hacer felices.
Recuerda siempre que
la oración es la mejor arma para combatir los ataques y seducciones del “malo”.
Dedícale tiempo y pídele sin cansarte aquello que más estés necesitando. Él
siempre escucha. Él todo lo puede. Abandónate y confía. Regresa… Él te está
esperando.
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