La semana pasada hice los ocho días de los Ejercicios Espirituales
de San Ignacio. El primer día terminamos con una eucaristía penitencial donde
se utilizó como símbolo la luz de Cristo. Se leyeron la lectura de la creación
del Génesis y siete lecturas complementarias del Antigénesis. Me tocó leer la
séptima de las lecturas y también apagar la única candela que quedaba encendida
en la capilla. Como no miraba, al regresar a mi silla casi me caigo.
Tras el Evangelio, una dinámica en torno a la luz del cirio. Cada
una (17 religiosas y dos laicas) teníamos que pasar conforme iban diciendo
nuestro nombre. Y delante del cirio nos preguntaba: “X. ¿quieres la luz de
Cristo?”. La respuesta de todas era obvia: “Sí, quiero”. Y de ahí volvía a
preguntar: ¿Para qué quieres la luz de Cristo?”. Cada una daba su respuesta y
el Padre hacía una oración en función de nuestra respuesta.
Cuando no hay luz, cuando la luz de Cristo no está presente en nuestras vidas andamos dando tumbos, las seducciones del mundo nos apartan del plan de Dios para nuestras vidas.
Cuando Dios deja de ser la Luz que guía nuestros pasos, cuando
deja de ser el centro de nuestra vida… comenzamos a fabricar nuestros propios
“dioses” dejando de ser nuestro absoluto y poniendo nuestra seguridad y
confianza en nosotros, en los otros, en las cosas…
Cuando nos vamos alejando de la luz, creemos no necesitarla ya… lo
que nos parecía malo acabamos considerándolo bueno o al menos no tan malo… en
realidad nuestra vida se va secando y cuando hacemos silencio sentimos ese
enorme vacío en nuestro interior. Solo Dios puede llenarlo pero como lo echamos
un día de nuestras vidas, éstas comienzan a ser estériles y no dan fruto.
Todos necesitamos que Él sea nuestra Luz, que ilumine nuestros
pasos para no caer, desviarnos o perdernos. Todavía estamos a tiempo. Su Luz
sigue brillando. Busca la Luz, sigue la Luz… que la Luz de Cristo ilumine tu
corazón y la vida de todos aquellos que andan en tinieblas. Amén.
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