Los
niños se acercaban a Jesús con confianza, con humildad, con naturalidad… ¿Qué
tanto nos acercamos nosotros a Él? Y en caso de que nos acerquemos… ¿es nuestra
actitud como la de un niño?
Acerquémonos
al sacramento de la reconciliación con la sencillez y humildad de reconocer
nuestro error y con la confianza de que nos seguirá amando por siempre
¿Cuál
es el miedo? ¿Qué tenemos que perder? ¿Qué es lo peor que nos puede pasar?... Y
por el contrario ¿qué tienes que ganar? Mucho, muchísimo: el autoperdón, la paz
en tu corazón, la fuerza del espíritu para seguir caminando, sentir el amor
incondicional de Dios…
Me da
pesar escuchar historias duras, muy duras… y el miedo de relatar estos
hechos a un sacerdote por miedo a ser
juzgados, regañados o mirados mal. Hace unos días un joven de 19 años me relató
que fue abusado en varias ocasiones a la edad de 10 años por un compañero de
trabajo de su padre… todo este tiempo ha callado.
El
sacerdote es solo un medio pero sí que es cierto que muchos no regresan después
de confesarse porque no se han sentido tratados con amor y misericordia. “X” es
una joven que ya ha intentado suicidarse dos veces: con pastillas la primera y
cortándose las venas la segunda. Le gustaría confesarse pero una vez que solo
comentó que de vez en cuando pensaba en quitarse la vida el sacerdote le regañó
tanto que no ha vuelto a confesarse.
Pues sí
los sacerdotes… son instrumentos… tan solo instrumentos… pero por experiencia
creo que es más conveniente buscar a alguien con quien tengamos confianza para
hablar, con quien nos sintamos escuchados, comprendidos… y sobre todo
perdonados y amados. ¡Qué dicha poder experimentar la ternura y la acogida de
nuestro Padre!. ¡Todo lo que nos perdemos cuando nos privamos de experimentar
la gracia de este sacramento sobre todo si nos sentimos señalados!. Es tu
momento, este es el momento, no esperes a mañana, tal vez sea muy tarde. ¿Te
animas?
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