Se
nos enseña a reconocer nuestros pecados para después confesarlos y tratar de no
volver a caer pero desgraciadamente la realidad es muy distinta. Eso supone la
consiguiente culpabilización por no lograr lo esperado o por fallar. Si eres
perfeccionista o aspiras a una santidad a la que llegar sin ausencia del pecado
en tu vida… tu problema se agrava aún más
En
nuestra formación se nos habla del pecado, se nos exhorta a no pecar, a
alejarnos del mal, a arrepentirnos, se nos condena o se condenan determinadas
conductas y después nos volvemos nuestros propios jueces. Acabamos encadenados,
dañados, dolidos.
¿Qué
está fallando? ¿Qué es lo que provoca el pecado? ¿Qué es lo que hace que una y
otra vez volvamos a caer?
Puede
que esté equivocada pero para mí el origen de todo el mal que hacemos y de todo
el bien que dejamos de hacer está en la falta de amor hacia nosotros mismos y
hacia los otros. Y esa falta de amor incluye la falta de respeto, la falta de
aceptación, la falta de valoración. Todos nuestros pecados son producto de
nuestro no amarnos y de nuestro no amar.
Nos
hacemos daño exigiéndonos perfección, juzgándonos, descuidando nuestro cuerpo y
sus necesidades, culpándonos, guardando rencor, haciendo o dejando de hacer en
función de los otros, no poniendo límites… Todo esto es porque no nos amamos… y
en consecuencia pecamos
Pero
también hacemos daño con nuestros juicios, con nuestros actos, con nuestras
omisiones, con nuestras faltas de respeto, con nuestros chantajes emocionales…
Todo esto porque no amamos a los otros… y en consecuencia pecamos
Según
esto… en lugar de esforzarnos por evitar el pecado o no volver a tropezar, tal
vez sería de mayor provecho aprender a AMAR.
No hay comentarios:
Publicar un comentario