Al
meditar sobre la resurrección del Señor en mis ejercicios espirituales en
Loyola (España), Richard (el jesuita que
me acompañaba) siempre me decía: “Jesús no se apareció con luces y destellos de
colores… no es así como tenemos que esperar verlo”. Y es cierto… una vez más
confirmo que una cosa es “saber que Cristo ha resucitado” y otra muy distinta
es “tener experiencia de la resurrección de Cristo”.
“Tener
experiencia de Cristo resucitado” fue lo que vivieron María, los discípulos,
María Magdalena, los de Emaús… y tantos otros a lo largo de la historia… y tal
vez también muchos de nosotros. Cuando ellos tuvieron esa experiencia no
pudieron callarse. Esto es lo que siento esta mañana de domingo de pascua… y
algo me invita a compartirlo
Caminaba
anoche para catedral a celebrar la vigila pascual con mi amiga Marta. No íbamos
desoladas, ni tristes… más bien íbamos hablando, riendo y alegres por la gran
celebración que íbamos a vivir. Sin esperarlo, algo sucedió en el camino… y
algo en nosotras cambió. Lo que yo sentí fue una inmensa paz y una profunda alegría
totalmente desproporcionales con el hecho que habíamos vivido. Esa paz y esa
alegría no eran mías. Llegando a catedral, mire a Marta y le dije:
“Verdaderamente el Señor ha resucitado y estamos alegres, y aquí estamos
nosotras celebrándolo antes que el resto”. Y sí, ahí estábamos con ganas de
gritar a los cuatro vientos lo que Dios había hecho en nosotras… Y todo nos
hablaba en la Eucaristía… parecía que alguno de los salmos estaba dedicado: Para
Marta y Gloria…
Esta
mañana solo puedo dar gracias a Dios… Como María mi alma proclama la grandeza
de Dios…
Deseo
de todo corazón que tengas la experiencia de Cristo resucitado para que conmigo
puedas anunciar que Cristo Vive, y así podamos celebrar esta alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario