¡Qué fácil es descentrarse! ¡Cuántas
cosas nos pueden hacer perder el horizonte!
Deseamos tener fijos los ojos en Jesús
pero hay infinidad de interferencias a lo largo del día, externas e internas
Las preocupaciones, las dudas, los
problemas, las cosas materiales, la vanidad, el éxito, la fama, el qué dirán,
la moda, los aplausos, el aparentar lo que no soy ni tengo, la vanagloria, el
consumismo, la tecnología, el dinero, la diversión… consiguen descentrarnos y
desviarnos… Caminamos errantes y perdidos. Y nos hacemos esclavos de todo
aquello que, lejos de hacernos felices y llenarnos, nos pone en contacto con
nuestra pobreza y miseria
Nada ni nadie podrá separarnos del
amor de Dios. Él se da siempre, es cierto, pero nosotr@s nos “despistamos” en
y/o con otras cosas que ponemos en primer lugar como si nuestra vida o nuestra
felicidad dependiera de “eso”. Hasta en las cosas más santas, como puede ser un
compromiso en la iglesia o social, podemos mirarnos en vez de mirar a Jesús
Es importante caer en la cuenta de
esta realidad para volver a fijar nuestra mirada en Jesús, una y otra vez y sin
desfallecer.
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