Estuve en el viacrucis de la
comunidad “Cristo Salvador”. Los jóvenes llevan representándolo 11 años. Se
recorren las calles de la comunidad. Después de la escenificación de la Última
Cena en la iglesia, fuimos caminando detrás de Judas, hasta el parquecito. Allá
Judas fue a entregar a Jesús. Pedro le cortó la oreja al soldado. Jesús le
sanó. Y fue entonces cuando comenzaron a golpear y a dar patadas a Jesús. Lo
hacen tan real que un niño de unos cuatro años comenzó a llorar
desconsoladamente, le rodaban las lágrimas por sus mejillas mientras clamaba:
“No quiero que golpeen a Dios”. Me impactó. Tuve que contenerme para no llorar
con él. ¡Tuvo una vivencia tan real!… que luego mientras caminábamos hasta el
lugar donde se iba a desarrollar la siguiente representación, continuaba
suplicando que no le golpearan a Dios y que él mejor quería irse a casa. Su
dolor era tal, que no soportó las escenas. Y me cuestionó la sensibilidad de
ese niño. ¡Qué cierto lo de “si no os hacéis como niños…”!. Ojalá tuviésemos
esa sensibilidad para responder a las situaciones que se nos presentan en la
vida, a tantos hombres, mujeres y niños que sufren de tantas maneras.
Caminando por las calles, y
cuando toda la multitud seguíamos a Jesús con la cruz a cuestas, escuché a un
niño de unos 7 años cantando. Me acerqué a él. Caminé agachada para tratar de
reconocer lo que cantaba. El niño se dio cuenta de que le escuchaba pero no por
eso dejó de cantar. Y en un momento le pregunté: “¿Qué canta?”. “Es una canción
a Dios” fue su respuesta. “¿Ah si, y cuál es el título?”. Y me contestó: “Hoy
Jesús muere en la cruz”. Me dejó helada. Estaba muy centrado en lo que íbamos
viviendo. Segundo niño que me tocaba el corazón.
Terminamos en la iglesia dos
horas y media después de haber comenzado. Al final el coordinador pidió a
alguien del público que diera su testimonio de lo vivido. ¿Y quién salió? Una
niña de 7 años. Estaba sentada en la primera banca y fue la primera en levantar
la mano. Y dijo: “Me ha gustado mucho. Y quiero dar las gracias a todos los que
han actuado”. Sin palabras…
Y el Viernes Santo caminando
al encuentro del Santo Entierro me encontré con unos cuantos niños de las
escuelas pero me llamaron la atención dos:
-
* Un alumno de
quinto grado que es tremendo, muy agresivo y violento. Pasan reportándolo a
dirección a cada rato y ningún profesor lo soporta. Para mí estos niños como
Jean Piere son mis preferidos. Cuando me vio pasar por la calle salió corriendo
de la casa diciendo: “Gloria ¿me puede dar un abrazo?”. No le dije nada… solo
me sonreí y le abracé
- * Un alumno de
cuarto. Su madre me contó que el día anterior le dio una buena fajeada (golpes
con el cinturón) porque estaba peleando con su hermano menor. En tal momento la
madre le levanta la camiseta. Tuve que girar la vista. Le dejó bien marcada la
espalda, hasta moretes (cardenales). ¡Eso tiene que doler!. Tenía delante a
Jesús azotado. Desde lo más profundo de mi alma me salió decirle: “Grosera”. La
mujer bien apenada (avergonzada) me contó lo que lloró después de golpearle y
que estuvo a punto de ir a la policía a que la detuvieran. ¡Cómo muchos adultos
se desquitan con los menores sus problemas sin resolver, sus heridas sin sanar,
sus conflictos de pareja!
Si queremos escuchar la voz
de Dios y sentir su presencia busquémoslo en lo sencillo, en lo simple, en lo
que pasa desapercibido a los ojos del mundo, en lo que aparentemente no vale o
no sirve, en lo despreciado, en los maltratados, en los abandonados, en los
ignorados… ahí está… escondido y a la vez deseando ser encontrado para que se
produzca el milagro: el cambio, nuestra transformación y conversión.
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