Ayer por la tarde, antes de los exámenes, pasaron ocho muchachos de
séptimo grado por mi oficina para hablar conmigo. De los ocho, cuatro se habían
cortado. Solo a uno no le vi los cortes porque según me contó se los hizo en
las piernas. Las otras tres tenían el brazo izquierdo bien rayado. Lo común en
todos ellos: la falta de estima personal, el no sentirse queridos y valorados
en el hogar, el no sentirse escuchados, importantes… Casos de estos todas las
semanas. Una de ellas me contó que ahora quitan el tornillito del sacapuntas y
con esa cuchilla se cortan. Otros optan por las pastillas. Una alumna de octavo
de otra escuela ha estado ingresada dos semanas por intoxicación. Ahora está
con tratamiento psiquiátrico y psicológico. El año pasado me contó que a su
mamá la mataron cuando ella tenía tan solo ocho años y vio cómo ocurrieron los
hechos, es algo que todavía no ha superado. Hace dos domingos me acerqué a las
4pm a una alumna que se estaba durmiendo sobre el pupitre, a mí me pareció que
estaba drogada porque no sabía dónde estaba, su mirada estaba totalmente
perdida y no era capaz de responder cuando se le preguntaba… este domingo tras
hablar con ella, me confesó que después de comer, a eso de la 1pm se había
tomado dos tabletas de pastillas… Dios Santo…
Hoy volvía a orar con el texto de la samaritana. Ella le dice a Jesús:
“Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed…”… y al final Jesús dice a
los discípulos: “mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me envió y
llevar a cabo su obra”. Una sed y un hambre que se sacian como Jesús saciaba su
hambre y su sed: haciendo la voluntad de Dios y llevando a cabo su obra.
Buscamos calmar nuestra sed o nuestra hambre en lo superficial, en lo
externo, en tener poder o posesiones, en la fama o el reconocimiento, en
personas, en lugares, en el hacer… ¡Qué equivocados estamos!. Buscamos el agua
en pozos que están casi secos o ya secos, buscamos alimentos que satisfacen
nuestra hambre de forma temporal porque nos vuelven a dejar vacíos.
A Jesús le llenaba el hacer la voluntad del Padre. Solo el hacer su
voluntad sacia, el dejarse hacer, el permitirle ser… y para eso tengo que dejar
de ser yo para que pueda ser Él, tengo que dejar de moverme por mi ego y dejar
que sea su Espíritu quien me mueva. Y previamente tiene que haber un trabajo de
caer en la cuenta e interiorizar el gran amor que nos tiene para así responder
a ese amor con nuestra vida. Que el amor con el que nos ama nuestro Padre no
solo lo creamos, pidamos la gracia de sentirlo y experimentarlo para de ahí
ponernos a trabajar por su Reino
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