A mediados de noviembre realicé
los Ejercicios Espirituales de ocho días de San Ignacio en el Centro de
Espiritualidad de los jesuitas en Arena Blanca (Yoro - Honduras). La primera
oración de uno de los días era con el texto de las bienaventuranzas. Pensé que
iba a ser tiempo perdido porque no es una lectura que me hable. A pesar de
esto, y fiel a los consejos de San Ignacio de Loyola, seguí todos los pasos,
permanecí el tiempo establecido (una hora) y después escribí mi examen de la
oración. Fue en ese rato de mi examen cuando tuve una gran consolación
Confieso que hasta ese día
descubrí el mensaje que encierran las bienaventuranzas. He caído en la cuenta
de que es distinto creer en Dios que seguir a Jesús. Creer en Dios implica
cumplir los mandamientos (y tampoco los cumplimos aunque digamos que creemos en
Él) pero seguir a Jesús implica algo más. Seguir a Jesús supone vivir las
bienaventuranzas. Muchos creemos en Dios pero pocos siguen a Jesús. Yo ya vi
mis principales carencias. No puedo seguir a Jesús si no soy libre internamente
de todo/s, si no tengo compasión por los otros, si no perdono de corazón, si mi
corazón no está limpio y no miro a los demás con el amor con el que Él me mira,
si no trabajo por la paz, si no tengo hambre y sed de vivir conforme al plan de
Dios…
Todavía me falta mucho, es muy
fácil decir que le sigo con palabras pero me queda mucho trabajo interior por
hacer para que eso se refleje en mi vida. Lo que sí tengo claro es que quiero y
deseo seguirle y confío en que me vaya dando la gracia para que así sea.
Quiero centrar ahora mi mirada en
Honduras. Siempre me he preguntado por qué un pueblo que se confiesa creyente
sufre de tanta violencia, injusticia, corrupción, narcotráfico, pobreza… La
respuesta está clara: se cree en Dios pero no se sigue a Jesús. Los mismos que
andan ahora saqueando bancos, negocios o camiones, los que andan quemando
casetas de peaje, tiendas, bodegas o gasolineras, los que andan enviando por
whatsapp videos que crean angustia y miedo, los mismos que andan metiéndose en
las casas, los que andan incitando a la rebelión, los que andan creando
división entre hermanos y amigos… estoy casi 100% segura, y esto me da
muchísima tristeza, de que creen en Dios… y ahí no se salva nadie… los hay
católicos, evangélicos… El pecado social es consecuencia del pecado personal…
no podemos culpar a los gobiernos cuando nosotros hacemos lo mismo en la medida
de nuestras posibilidades. Ejemplo: Algunos hablan de políticos corruptos pero
ellos eluden los impuestos o roban la luz… ¿acaso esto no es corrupción?
Si todos siguiéramos a Jesús, Honduras
sería distinto. Los políticos, independientemente del color, no van a cambiar
el país. De esta realidad hace tiempo que me convencí. Es el pueblo, es cada
uno el que tiene que volver su mirada a su corazón y cuestionarse a la luz de
los mandamientos y de las bienaventuranzas: ¿Amas al prójimo como a ti mismo o
solo a los que te quieren o piensan como tú? ¿Compartes lo que eres y lo que
tienes con los más necesitados o solo das de lo que te sobra? ¿Eres instrumento
de la paz de Dios en tu familia, y con tus vecinos, y con tus compañeros de
trabajo? ¿Está tu corazón limpio de rencor, de soberbia, de odio, de deseo de
venganza, de deseo de tener… eres capaz de ver la bondad de Dios en todo y en
todos? ¿Miras a los otros, que son tan queridos por Dios como tú, con la misma
misericordia y amor con que Dios les mira?... La transformación de un país
comienza con la transformación interior de cada una de las personas que lo
habitan y eso ningún gobierno lo va a lograr. Es necesario tomar conciencia de
esta realidad y que comencemos a revisar nuestras pobres vidas. Lo fácil es
culpar a los gobiernos y así eludir nuestra responsabilidad personal. Basta ya
de sentirnos víctimas cuando podemos ser actores de cambio pero no lo olvides:
“comienza por ti”.
Acerquémonos
a Jesús para que le podamos conocer.
Conozcamos
a Jesús porque solo así podremos amarle.
Amemos
a Jesús porque solo el que ama es capaz de hacer lo que sea por su amado.
Sigamos
a Jesús y vivamos las bienaventuranzas porque solo así podremos ser dichosos y
felices
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