Siempre
he admirado a Santa Teresa de Calcuta, siempre he soñado con ir a la India y
conocer más de cerca esa realidad que interpeló y transformó la vida de esa
sencilla y pequeña mujer pero el avión, o más bien el Señor, me llevó en
dirección contraria.
Conocí
a las hermanas de la Caridad de San
Vicente de Paúl y a las hermanas del Buen Samaritano, que eran lo más parecido
en modelo de entrega a lo más desechado y excluido de la sociedad, pero también
tuve la dicha de conocer a las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta en San
Pedro Sula (Honduras) e incluso a la sucesora de la Santa cuando viajó a
visitarlas.
Todo
esto para contar que el otro día escuchando un pregón del DOMUND se compartió
algo que decía la Madre Teresa y que en ese momento y por lo que estaba a punto
de comenzar a vivir me venía como anillo al dedo (la providencia de Dios
siempre haciéndose presente cuando más la necesitamos): “Se puede encontrar Calcuta en todas partes si tienes ojos para ver, y
no solo para ver sino para mirar. En todos los lugares del mundo hay personas
no amadas, no deseadas, rechazadas, personas a las que nadie ayuda, personas
marginadas y olvidadas y ésta es la mayor de las pobrezas”. Y terminaba el
pregón con una frase de esas que se te graban hasta lo más profundo: “Encuentra tu propia Calcuta y serás su
testigo”.
Hay
algo que atrae en “Calcuta” pero también algo que se resiste a enfrentarse a
esas realidades. Por un lado el deseo de amar y servir al Señor en los más
pequeños, por otro la fragilidad manifestada en los miedos, la inseguridad, la
búsqueda de lo cómodo y lo fácil, lo que no supone esfuerzo o riesgo… Solo con
Él es posible ser testigo de su amor. Estar disponible y dejar que Él sea, que
Él haga, que sea el protagonista de lo que ahí pase.
Humanamente
contando solo con las propias fuerzas no es posible estar en “Calcuta”, hace
falta la gracia del Señor, o en palabras de San Juan de la Cruz “una inflamación
de un amor mayor”. Y sobre todo no olvidar la confianza de que su Espíritu dará
la luz y la sabiduría a la hora de obrar, y la confianza de que en el Señor encontramos
nuestra fuerza. A partir de ahí dejarse hacer, dejarle ser. Es en la debilidad
donde está llamada a manifestarse la gloria de la resurrección.
Por
dura que pueda parecer a veces la misión que estamos desempañando,
independientemente de los habitantes de nuestra “Calcuta”, no olvidemos las
palabras de San Pablo que invita a seguir caminando con paso firme y la mirada
orientada siempre hacia Jesús. Y sobre todo no perdamos nunca el ánimo porque “Todo lo podemos en Cristo que nos
fortalece”.
Totalmente de acuerdo, en San Pedro Sula hay michas calcutas
ResponderEliminarY seguro que junto a nosotros también. GRACIAS!!
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