¡Cómo nos cuesta aceptar la voluntad de Dios!. A veces creemos que
lo que es bueno es para nosotros porque: “Somos especiales”, “Somos los
mejores”, “Nos lo merecemos”... Incluso aquello que creemos bueno puede que lo
sea para otros pero no para nosotros o a lo mejor no en este momento. Cuando no
se nos da lo que deseamos o nos lo quitan nos sentimos heridos, nos quejamos,
protestamos, buscamos la manera de vengarnos… ¡Pobrecitos!. Siempre las víctimas,
como si todo nos perteneciera cuando en realidad nada tenemos, nada nos pueden
quitar. Por otro lado los demás son libres de darnos o no lo que deseen.
Es normal que en nuestro interior se mezclen un montón de
emociones sintiéndonos por ello injustamente tratados, rechazados, humillados… Podemos
anclarnos ahí girando en torno a nuestras dolencias, a nuestro ego herido… llorar,
patalear, gritar, desviar la atención buscando entretenimiento, hablarlo con
alguien que refuerce nuestras razones y acreciente nuestro victimismo…. O
podemos trascender lo que nos ha sucedido cambiando la mirada, tratando de ver
la acción de Dios en eso “que se me ha quitado”, o “que no me han dado”… Porque quizás no me
convenía, o a lo mejor me estaba buscando en “eso” y no en realidad su
voluntad. Porque el Señor tiene otro plan mejor que desconozco y para el cual
todavía no ha llegado su tiempo.
Abandonarse es la clave. El abandono no suprime los sentimientos encontrados que habrá que aceptar como parte de nuestra humanidad pero nos ayudará a ampliar la mirada, a ver más allá y poder contemplar “eso” que estamos viviendo como un medio de crecimiento, de aprendizaje, de maduración, de conocimiento propio… En vez de mirarnos tanto el ombligo, que no resuelve ni sana nuestras heridas, fijemos los ojos en el Padre bueno que nos ama, y que sabe lo que más nos conviene en cada momento para unirnos a Él. Confiar en que todo forma parte de un proyecto de amor para mi vida, aunque no lo alcance a vislumbrar y a comprender.
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