El otro día una joven me confesaba que creía en Dios y también en
Jesús pero no en la iglesia. Una de tantos que un día decidieron alejarse de la
iglesia entendida como institución o estructura, o por el deficiente o mal
testimonio que damos los que nos consideramos que la formamos…
Me quedó resonando su compartir. Y me recordó al rechazo o
aversión que sienten los evangélicos por María. Si son realidades amadas por el
Señor: ¿Cómo es posible no amarlas?. ¿Cómo podrá hacerse espacio la gracia en
nuestras vidas si la obstaculizamos con nuestros juicios?.
Jesús vino por los enfermos y los pecadores. Si estamos dentro es
porque pertenecemos a uno de esos dos grupos, y más de uno a los dos. ¿De qué
padecemos? ¿Qué necesitamos sanar?. ¿En qué seguimos fallando pese a nuestros
intentos y buenas intenciones?... No hay el menor motivo para vanagloriarse ni
juzgar a otros, si así lo hacemos es porque todavía hay mucho en nuestro haber
que requiere curación y una gran dosis de amor y misericordia. Hemos sido
llamados e invitados no por nuestros méritos, nuestra bondad, nuestras buenas
obras o apostolados, nuestra inteligencia o títulos universitarios… sino por
nuestra condición frágil y pecadora, por nuestras carencias, por nuestra
necesidad de amor. Y no para que hagamos obras extraordinarias sino para que
nos dejemos alcanzar por el amor, para que estemos con Él, para abandonarnos en
Él, para sanar nuestras heridas…
Si te sientes enfermo y/o pecador, Jesús vino y viene para ti, a
ti. “¿Qué quieres que haga por tí?.
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