lunes, 8 de abril de 2024
“SI NO NOS HACEMOS COMO NIÑOS…”
Al crecer nos van “domesticando” y progresivamente perdemos esa
espontaneidad natural de los niños que dicen lo que sienten y expresan sus
emociones sin reparo alguno.
Los adultos hemos aprendido a controlar lo que hablar o lo que conviene
callar, a reprimir sentimientos por miedo a las reacciones de los otros, a
actuar o paralizarnos en función de posibles juicios.
Detengámonos un
momento ante este fragmento del evangelio de San Juan: “Seis días
antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús
había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y
Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro,
ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se
llenó del olor del perfume”. María estaba llena de amor. Amaba tanto a Jesús que no tuvo reparo en
acercarse, tocarle, ofrecerle aquel perfume “muy caro”… No midió, no se detuvo
a cuestionarse sobre las posibles murmuraciones o comentarios. Ese Jesús al que
tanto amaba había llenado su corazón de tanto amor que, no podía contenerlo en
su corazón y, necesitaba compartirlo.
Una fuerza interior nos impulsa a ser nosotros mismos, a ser espontáneos,
a expresar lo que sentimos. Sin embargo no son pocas las veces en las que
hacemos caso omiso a esa fuerza perdiendo la oportunidad de compartir lo más
valioso de nosotros mismos.
Los años van pasando para todos. Muchos ya nos han dejado o no están a
nuestro lado. ¿Cuántas palabras se quedaron sin decir?. ¿Cuántos abrazos y
gestos de cariño no se mostraron?. ¿Cuántas lágrimas contuvimos?... No nos
quedemos en la nostalgia ni en la culpabilidad. Todavía estamos a tiempo de ser
lo que somos.
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