Ayer estaba leyendo un
libro de un jesuita llamado Piet van Breemen y algo resonó en mi interior.
“Si me pongo a orar tengo
que abrir mis manos y presentarme ante Dios con las manos abiertas, mostrárselo
todo y tener un poco de paciencia. Dejarle ser Dios y que agarre lo que desee y
me de lo que crea que es mejor para mí.
No debo mirar mis manos
y ver lo que hay en ellas. Debo mirarle y confiar en Él. Si quiere tomar algo
de mis manos, es siempre para mi bien, de lo contrario nunca lo haría. Si me lo
da, también es para mi bien”
¿Cuántas
veces en nuestras oraciones pedimos esto o aquello?
¿Cuántas
veces nos acordamos de dar gracias por lo que tenemos?
¿Qué
tan dispuestos estamos a dejar ir aquello que poseemos o a aquellas personas
que nos acompañan en el viaje?
¿Qué
tanto miramos lo que hay en nuestras manos, nos aferramos y tememos el que
algún día no estén ahí?
El amor y la
misericordia de Dios son más grandes que nuestros defectos, que nuestra
fragilidad, que nuestros pecados, que nuestros triunfos o éxitos, que nuestras
cualidades…
Dios sabe lo que
necesitamos en cada momento y lo que más nos conviene. Él nos proveerá siempre
porque nos ama. ¿Cuál es la resistencia a dejarle hacer, a dejarle ser en
nosotros?
Sabemos racionalmente
que nos ama infinitamente, incondicionalmente pero nos sigue costando fiarnos
de Él, poner toda nuestra confianza en Él.
Porque nos ama…
- Toma
aquello que nos perjudica, que ya ha cumplido su misión en nuestra vida, que
nos hace mal, que nos impide seguir avanzando, que nos separa o puede apartar
de Él, aquello que tal vez hemos convertido en un ídolo o en lo que o en quien
hemos puesto nuestra seguridad y confianza… eso si le dejamos porque hay veces
que nos aferramos con tanta insistencia a cosas y personas que no le permitimos
ser y amarnos. Y fácilmente rezamos el padrenuestro, y decimos mecánicamente
“hágase tu voluntad”, y en realidad queremos que sea nuestra voluntad egoísta
la que se cumpla
ABRAMOS NUESTRAS MANOS |
- Nos
da cosas que necesitamos y personas que nos van a apoyar y acompañar en el
camino. Acá también nos puede pasar como cuando nos dan un regalo. ¿Alguna vez
has dicho: “¿Por qué te has molestado? No tenías que haberme comprado nada”. Si
ha sido así es porque no crees merecer el amor de los otros y de Dios que obra
y se nos da a través de los otros.
Dios
nos regala cosas, personas… sepamos tener abiertas las manos para agradecer, aceptar,
cuidar y respetar todo lo que nos ofrece. Dejemos a un lado el “no me lo
merezco” y comencemos a ser más humildes porque Él sabe lo que hace.
San
Ignacio llegó a entender y a vivir esto y lo expresó muy bien en una oración:
“Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi
voluntad, todo mi haber y mi poseer, vos me lo disteis a vos Señor lo torno.
Dadme vuestro amor y gracia que esta me basta”.
No
miremos nuestras manos, lo que hay en ellas. Mirémosle a Él. Confiemos en Él.
Dejémosle hacer su obra en nosotros. Permitámosle amarnos. Nadie mejor que Él
sabe lo que necesitamos y nos conviene en cada momento del camino.
Nuestra
mejor oración… el silencio
Nuestra
mejor actitud… la disponibilidad y el desprendimiento
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