Puede ser relativamente fácil decir,
mental o verbalmente, “hágase tu voluntad”, “haz de mí lo que quieras”… y puede
que haya renuncias que aceptemos, más o menos elegantemente, aunque eso nos
suponga dolor. Sin embargo hay algo de lo que creo que a todos o a casi todos
nos costaría desprendernos y es de la vida.
Nos creemos que somos inmortales,
que nunca nos va a llegar la hora o que al menos falta mucho para ese día pero
no lo sabemos. Somos tan frágiles y estamos tan expuestos…
Vivimos muchos días sin ser
conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor, sumidos en nuestros
pensamientos, preocupaciones, mundo… La vida se nos va sin vivirla, sin estar
presentes en lo que acontece. Hacemos y hacemos y no digerimos lo que hacemos. Nos
creemos que vivimos en la medida que logramos frutos, que se nos reconoce, que
alcanzamos aquello que habíamos soñado, que respondemos a nuestros deseos más
superficiales, que viajamos, que llenamos nuestra mente de conocimiento, que
tenemos experiencias que no son comunes, que… pero en realidad es una minoría
la que vive desde su centro, desde lo que estamos llamados a ser, pocos son los
que se aventuran a ser ellos mismos respondiendo únicamente a su conciencia, a
los deseos que Dios pone en su corazón.
Y un día… un accidente… una
enfermedad… un suceso inesperado… y comienza una etapa en la que hay que
aprender a dejar ir aquello a lo que más fuerte nos hemos agarrado: la vida.
Comienza el aprendizaje más difícil de todos.
Dejar ir la vida… dejar de
sentir… dejar de amar… dejar de sufrir… dejar de disfrutar de los pequeños
placeres… dejar de ver a quienes queremos… dejar de habitar nuestro cuerpo… e
irnos desprendiendo poco a poco de la falsa imagen que hemos fabricado de
nosotros mismos.
Y hasta que llega la aceptación pasaremos
por la negación, por las dudas, por la confusión: “¿por qué a mí?”, “¿por qué
en este momento?”, “¿qué es lo que Dios está tratando de decirme con esto?”... “todavía
tengo mucho por hacer”… “hay gente que me necesita”… “soy demasiado joven,
tenía tantos proyectos”… “¿qué será de mi familia, mi casa, mis cosas, mi
trabajo, mi… mi… mi…?”…
La aceptación es el culmen del
dejar ir. Cuanto más auténticamente hayamos vivido, cuanto más auténticamente
hayamos sido… menos tardaremos en aceptar y desprendernos de aquello que ahora
lo es todo para todos: LA VIDA.
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