Imagina que estás a punto de
nacer. Dios te da a escoger dos vidas distintas para vivirlas en la tierra. La
primera es una vida breve, llena de enfermedades, pobreza y burla por parte de
la gente. La segunda todo lo contrario, una vida llena de salud, riquezas y
honor. Dios te dice que cualquier que sea tu opción te amará igual. ¿Cuál sería
tu opción?
San Ignacio cayó en la cuenta
de lo que realmente tenía valor, de ahí su oración de disponibilidad y
desprendimiento “Tomad Señor y recibid… dame tu amor y tu gracia que esto me
basta”
Santa Teresa lo enuncio en su
“Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”
Y es que… ¿De qué sirven la
salud, el trabajo, el honor, los títulos, las cosas materiales, los triunfos…
si no le dejamos a Dios ser en nuestro corazón? ¿Qué o quién ocupa nuestro
corazón y el primer lugar en nuestra vida? ¿Qué está impidiendo que Dios habite
en nosotros? ¿Qué está bloqueando la acción de Dios en nuestra vida? ¿Por qué
nos resistimos a que Él sea en nosotros y haga a través nuestro? ¿De qué está
lleno nuestro corazón: orgullo, vanidad, soberbia, culpa, rencores, odio,
amargura, deseo de venganza… deseo de acumular… búsqueda de seguridad…?
¿De qué nos sirve tener salud,
riquezas y honor si vivimos ajenos a Dios, si Dios es tan solo una idea en la
que creemos pero no le dejamos manifestarse y ser en nuestras vidas porque
otras cosas ocupan nuestro corazón y nuestra mente?
¿Acaso no sería preferible
estar enfermo, ser pobre y despreciado, criticado y humillado, si
experimentamos en nuestro interior el amor y la misericordia de Cristo?
¿Cuál es tu decisión? Sea cual
sea no te preocupes… Dios te va a seguir amando. Tal vez esta sea tan solo otra
oportunidad que se te concede para que te cuestiones y una invitación de Dios para que le permitas entrar
en tu corazón y liberarte de todo lo que te oprime y te esclaviza.
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