Perdí mi vuelo a España porque el avión de Honduras salió dos horas tarde rumbo a Panamá. Me tocó quedarme un día completo en un país en el que nunca había estado. Perdida en algún lugar del mundo desconocido para mí. Siempre digo que todo pasa por algo pero fueron transcurriendo las horas y no encontraba el "para qué" o la razón de ser de aquel atraso. Tampoco traté de querer hallar una explicación pero puedo decir que al final entendí y agradecí todo lo que pasó. Solo por lo que viví, ya casi para dejar Panamá, elegiría perder de nuevo el avión.
Ya en el aeropuerto de Panamá y a tan solo una hora de embarcar, con la maleta ya facturada y la puerta de embarque localizada, me llamó uno de mis angelitos desde El Salvador. En eso que estábamos hablando me preguntó si había ido a la capilla del aeropuerto. Caminando y buscándola estaba cuando devolví una llamada a Monseñor Ángel Garachana, otro de mis angelitos, y casi al terminar la conversación me dice: "Gloria, ¿ya fuiste a la capilla?". Por si con un ángel no era suficiente, utilizó a dos para que yo acabara allá.
Cuando llegué había comenzado la eucaristía. La capilla era tan chiquita que las pocas personas que estaban, más sus bolsas, la llenaban. Así que tuve que pasar a sentarme en la primera banca.
Lo que ahí pasó no puedo explicarlo con palabras. Este escrito se va a quedar corto porque no voy a conseguir transmitir lo que sucedió. Dios a veces se comunica de una manera tal, que te desborda y aunque lo cuentes, nunca los otros pueden llegar a experimentar lo que tú viviste. !Qué pesar!
Fue un "beso de Dios"... San Ignacio lo llamaba "consolaciones". Dios se sirvió de un sacerdote joven, franciscano, que vestía un hábito todo deshilachado, roto y descolorido, que celebró descalzo y que cantó y tocó la guitarra con una voz que penetraba hasta lo más profundo del alma.
!Fueron tantas cosas las que Dios me dijo a través de ese hombre....! Me sentí tremendamente chiquita al lado de Dios en cuanto a mi entrega pero, a la vez infinitamente amada por Él, hasta el punto de no dejar de llorar desde que llegué hasta que terminó la eucaristía. Creo que ese día pude comprender mejor la oración de San Ignacio de "Tomad y recibid..." cuando dice "dame tu amor y tu gracia que esta me basta". Porque ese hombre así lo vivía y lo transmitía con su forma de estar, de celebrar, de vestir... y se le miraba radiante de felicidad.
Gracias Padre por esos "besitos" que reconfortan, estimulan y nos animan a abandonarnos en tus brazos y a confiar en que nos sostienes y nos amas con amor eterno
Que sepamos responder a tanto amor ayudándote a bajar de la cruz con el testimonio de nuestras vidas
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