Seguro
que muchos al leer esta pregunta han respondido rápidamente: “Sí”. Vamos a ver
si lo crees realmente.
¿Eres
de las personas que te cuesta aceptar algo que te ofrecen o regalan, unas
palabras bonitas, un premio…? ¿Tal vez te apropias de lo que te dan pero buscas
la manera de compensar el gesto que tuvieron contigo?
¿Eres
de las personas que no piden ayuda escondiéndose en mil y una justificaciones
del tipo: “No quiero molestar”, “Pasa muy ocupado”…?.
Estos
casos no hablan de tu bondad o de tu humildad, sino de una falsa creencia
arraigada en ti: “No lo merezco”. No merezco que me quieran, que me den algo,
que me dediquen tiempo… Cuando vives desde esta creencia ¿quién es el centro?:
“Tú”. Te gusta que los demás te tengan en cuenta cuando necesitan ayuda, te
llena el ser útil a otros, tratas de estar siempre disponible… pero no das la
oportunidad a otros de hacer lo mismo contigo por otra falsa creencia añadida a
la anterior: la de autosuficiencia.
Si
no crees merecer el amor de los otros, bloqueas el encuentro, pones barreras en
la relación… te cierras al amor.
Así
como vives tus relaciones con los otros la vives con Dios. Si no crees merecer
el amor de otros tampoco crees merecer el amor de Dios. El amor de los otros y
de Dios se convierte en objeto de conquista mediante buenas obras, sacrificios…
que no son sino obstáculos que impiden: que puedas recibirlo gratis e incondicionalmente
En
la medida que te abres al amor de los otros, te abres al amor de Dios y
viceversa. Mientras sigas rechazando lo que otros quieren o pueden ofrecerte,
estarás bloqueando el encuentro con Dios. Y si te cierras a recibir el amor de
Dios difícilmente podrás establecer relaciones sanas con los demás basadas en
la bondad y en la mutua donación
Convéncete
de que mereces ser amad@ y ábrete a ese amor que se te regala
desinteresadamente a través de los otros, de las circunstancias… de Dios.
Gracias por tu amistad tan limpia tu corazón está lleno de Dios.
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