La frase que
resonó en mi corazón en las charlas cuaresmales de este año fue: “A ser humilde se aprende contemplando al Humilde”. Con esto me quedo, que no es poco, y es que ¿se
puede ser humilde por puro esfuerzo o con tan solo desearlo?
“Te
conviertes en aquello que contemplas”. ¿Dónde está nuestra
mirada?
“Contemplas
aquello a lo que dedicas tiempo”. ¿En qué o en quién ponemos nuestro
corazón? ¿A qué le damos importancia en nuestra vida?
Se ha escrito
y puede escribirse mucho sobre la humildad pero ¿No es Jesús el mejor modelo de
humildad? Nace y vive en la más absoluta pobreza, sirve y se abaja, pasa
desapercibido, no alardea de sus hazañas y milagros, no presume de quién es, guarda
silencio ante las humillaciones, no se defiende con su poder, no utiliza la
violencia cuando es agredido, carga con la cruz sin rechistar… “Yo no puedo hacer nada por mí mismo”.
Sabe que no es el protagonista de su propia historia, reconoce su dependencia,
se sabe necesitado, instrumento en manos del Padre,… se deja hacer, le deja
ser… se abandona y confía.
A ser humilde
se aprende: Estando, contemplando y escuchando al Humilde, si dejamos que sus
palabras y actitudes se impregnen y calen nuestras pobres vidas. Todos estamos
llamados, invitados a ese encuentro, a la conversión.
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