Muchos buscan amar y servir al Señor en la iglesia, en compromisos
vinculados con la pastoral, incluso llegan a tener ciertos cargos de
responsabilidad. Otros lo hacen desde su vida concreta, laboral y familiar, en
la rutina de cada día. Algunos desde una vocación determinada. Todo esto está
bien pero quizás nos quedamos en lo superficial, en lo que se ve o se puede
valorar, en los resultados del trabajo realizado…
Y ante todo esto me resuena una pregunta en mi interior ¿Qué hay de la vida interior? ¿Qué tanto de fidelidad en lo pequeño, de fidelidad en lo de cada día, de fidelidad a su Palabra, de fidelidad a Él?. Es la Verdad pero ¿siempre respondemos con la verdad o nos permitimos alguna “mentira piadosa”?. ¿Qué hay del amor a los otros, de la misericordia hacia los otros, de la solidaridad con los otros…?. ¿Nos reconciliamos con el hermano antes de dejar la ofrenda sobre el altar?. ¿Vivimos indiferentes a las miradas o comentarios de los otros?. ¿Dónde o en qué está puesto nuestro corazón?. ¿Qué tanto vemos la viga en el ojo ajeno?. ¿Escogemos los últimos puestos, los trabajos menos gratos y dificultosos, lo que los otros no quieren?...
¿De qué nos sirven las buenas y grandes obras si nuestro corazón
está lejos de ser un corazón como el de Jesús y orientado solo al Padre?.
Quizás tendríamos que poner más atención a lo pequeño, a lo escondido, escuchar
esa voz interior que nos confirma si estamos en lo correcto o equivocados,
responder desde lo que es evangélico. Y es que… podemos engañar a los otros y
aparentar ser buena gente pero ¿cómo engañar al Señor?.
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