En
una sociedad y un mundo cada vez más convulsionado por el egoísmo y los
intereses personales, urge rescatar los
valores de Jesús para poder ser constructores del Reino.
Guerras,
corrupción, narcotráfico, asesinatos… son algunas de las consecuencias del
miedo humano. Vemos a los otros como rivales, como enemigos, como amenazas para
nuestra vida y lo que poseemos, y eso nos lleva a mantenernos a distancia de
los otros, huir o incluso atacar y dañar
La
gente no se saluda al cruzarse, pocos ceden el asiento, se pierde la paz a la
mínima…
Hay
vecinos que se quejan por el mínimo ruido y a otros “les vale” el molestar a
quienes conviven al lado, no importan los problemas de los otros porque
bastante tenemos con los nuestros…. Atropellos a la humanidad, pérdida de
respeto y educación, ausencia de compasión hacia el necesitado… Y así poco a
poco nos vamos alejando de nuestra esencia, del propósito que Dios tiene para
nuestra vida
Y es que hemos sido
creados por el mismo Dios, somos hermanos y… ¡qué tristeza de familia! ¡Qué
lejos estamos de vivir relaciones fraternas!. “El dolor del otro no es mi
dolor”. “El problema del otro no es mi problema”. “A mí que ni me digan o ni me
toquen porque van a saber quién soy yo”...
¿Qué estamos
haciendo de este mundo? ¿Qué sociedad vamos a dejar a las generaciones futuras?
Todos somos responsables. ¿Qué actitudes y sentimientos quiero tener, que
actuaciones voy a llevar a cabo? Preparemos el camino al Señor, démosle posada
en nuestro corazón. Urge que juntos construyamos el Reino. Que esta Navidad
nuestra alegría sea al menos desear parecernos más a Jesús para vivir como
hermanos y construir juntos un mundo nuevo donde reinen la paz, la solidaridad,
el amor, la compasión, la misericordia… Que así sea.
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