Aunque se trata de un sacramento de la Iglesia, cada vez es
menos valorado y buscado. Unas veces porque no se entiende, otras porque no se
considera necesario, en ocasiones por miedo a ser juzgados, otras veces por
vergüenza de pronunciar los propios pecados en voz alta, en algunos casos por
experiencias negativas anteriores, por la formación recibida, porque no nos
consideramos mala gente y no hacemos daño a otros… Cada uno sabe qué es lo que
le impide vivir este sacramento o cuáles son sus justificaciones.
Se da también el caso contrario, el de personas muy
escrupulosas que si pueden van todos los días a buscar este sacramento
Lo cierto es que en cualquiera de los supuestos anteriores
no se considera como centro del sacramento: la gracia del amor y la
misericordia de Dios que se derrama sobre el penitente. Uno mismo es el centro.
Y desde el auto centramiento es muy difícil que la gracia de Dios se derrame en
nuestras vidas
Una persona sana que va madurando en su fe, que no se queda
con la formación recibida en la primera comunión, ni con los rezos aprendidos
en su infancia… que busca la intimidad con el Señor a través de la oración, el
silencio… que invierte tiempo en el auto conocimiento y desarrollo personal… Es
una persona cada vez más consciente de su miseria y su pobreza pero a la vez
también de su riqueza y de la presencia de Dios en su interior. A más luz
interior más necesidad de que Él habite todos y cada uno de los rincones:
limpiando lo que está sucio, sacando lo que estorba y ordenando lo que está
fuera de lugar. Y como solos no podemos y necesitamos de su gracia, recurrimos
al sacramento de la reconciliación con la fe y la confianza de que hará su
obra.
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