Imagina
a Jesús delante de ti que con cariño te mira, y con ternura dice tu nombre a la
vez que te recuerda lo nervios@ e inquiet@ que estás con tantas cosas en las
que te enredas, con tantas cosas que te preocupan en este momento.
¿Qué es lo que te abruma
y quita la paz? ¿En qué o quién estás poniendo tu atención? ¿Cuál es el centro
en todo eso que te aturde?
Jesús con sus palabras
te acaricia y te invita a volver los ojos a Él. Si mantienes los ojos fijos en
Él, si le pones en el centro y no tu vida o “tus cosas” vuelves a recuperar la
paz y armonía interna. El problema es cuando nos descentramos.
Cuando Jesús es el centro:
- Ningún comentario puede dañarte
- Las actividades y quehaceres se miran de otra forma y se viven con más equilibrio, haciendo lo posible y confiando en que Él se ocupará del resto.
- El tomar decisiones no debe alterarte pues solo buscas hacer su voluntad y Él te la hará saber en el momento preciso
- Los acontecimientos no deben perturbarte pues tu confianza y esperanza están puestas en Él que siempre provee con lo que se necesita en cada momento
La clave: “Mantener los
ojos fijos en Él”. Si te descentras, vuelve a ubicarte. Haz silencio en tu
interior y escucha la voz del Señor que con dulzura y profundo amor pronuncia
tu nombre y te recuerda qué es lo realmente importante.
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