Más allá de nuestra forma de ser, de pensar, de nuestras
creencias o ideologías, de nuestra procedencia o cultura, de nuestro nivel
intelectual, edad, gustos o deseos… “somos demasiado iguales”
En la medida que seamos conscientes de nuestra realidad frágil, vulnerable, débil, pecadora, mísera… y la miremos y acojamos con el mismo amor que Dios la mira y acoge, podremos comenzar a amar a los otros como Él les ama.
No hay pecado alguno que no podamos llegar a cometer y el que crea que esto no puede ser posible: “Que tire la primera piedra”. Que esto no nos lleve tampoco a relativizar o a justificar cualquier comportamiento o conducta propia o ajena porque el pecado al fin y al cabo supone una ruptura en nuestra relación con Dios y eso nos daña y daña a otros. Es más bien una invitación a:
- Permanecer atentos para poner los medios y evitar caer
- Acoger nuestra pobreza, miseria, fragilidad…
- Reconocer que todo lo bueno que hay y sale de nosotros es pura gracia y ni siquiera tenemos derecho a vanagloriarnos porque no es nuestro, no nos pertenece, es un don
- Ser conscientes: de nuestra pequeñez pues “sin Él no somos nada”, y de nuestra fragilidad porque en cualquier momento podemos caer y hacernos añicos
- No enredarnos en la culpa malsana, ni negarnos el auto perdón que solo habla de nuestra soberbia
- Ser compasivos y misericordiosos con nosotros y con los demás
Toquemos, aceptemos y abracemos nuestra humanidad, nuestras
imperfecciones, así como Dios lo hace.
Sólo así podremos acoger y amar a los otros como Él les ama.
https://youtu.be/cNCdJzCwy3M
No hay comentarios:
Publicar un comentario