Es curioso pero siempre cuando nos detenemos ante aquella viuda que
echó sus moneditas, nos quedamos con aquello de que dio todo lo que tenía
sintiéndonos invitados a darnos al cien, a no ser mediocres o tacaños. Pero hay
formas de dar, de hacer, de hablar...
En ese ofrecer lo que somos y tenemos podemos ser como los
escribas y fariseos o como la pobre viuda. Aquellos buscaban admiración,
aceptación, privilegios, por medio de sus palabras, de sus obras. Tenían puesta
la mirada en los otros, y dependían de la aprobación y de los aplausos de
quienes les rodeaban. En contraposición aparece una pobre viuda en escena que solo
tiene ojos para su Señor y lo que hace y lo que da es por y para Él. No tiene
en cuenta ni se fija en si le miran o en qué van a decir, porque sabe por qué y
para quién “trabaja”.
¡Vaya lección la del Señor por medio de esta viuda!. Ella no baila al son de lo que los otros esperan, quieren o pueden murmurar de ella. Ella no se complica la vida, quizás ahí está la clave: “No se complica la vida”. Sencillamente y de forma callada, escondida, va respondiendo a lo que se le va pidiendo poniendo sus ojos únicamente en quien sabe que la sostiene. Si le alaban o le critican, si la admiran o le cuestionan, le trae sin cuidado porque es consciente de para quién trabaja.
¿Bajo qué mirada funcionamos en el día a día?. ¿Hacia quién se
dirige todo lo que vivimos?.
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