¡Qué
difícil se hace esperar cuando vivimos en una sociedad en la que todo es “para
ya”, que nos exige rendimiento, que nos impone plazos, que…!
A
veces somos nosotros quienes sometemos a otros a la presión de hacer las tareas
de forma rápida, de tomar decisiones, a rendir cuentas, a obtener resultados…
Y
en ocasiones el flagelo es contra nosotros mismos al imponernos plazos, los
tiempos para sacar adelante proyectos, responder a una propuesta, conseguir
algo que anhelamos, recuperarnos de una enfermedad…
Es otoño, los árboles poco a poco van perdiendo sus hojas. Cada vez hace más frío y el invierno ya se hace sentir. Los árboles no tienen prisa, todo en la naturaleza sigue su ritmo, su proceso. No se estresan, nadie les presiona, aceptan el momento presente con todo lo que éste les ofrece, se dejan hacer… Ahora es tiempo de desprenderse, de soltar, de dejar ir… ya llegará el momento de los brotes, de las hojas verdes, de los frutos.
Pero,
¡Ay de nosotros!. Nos cuesta esperar. Y en el mejor de los casos buscamos
justificaciones para encontrar la paz que necesitamos: ¡Seguro que es por
algo!, ¡Algún día lo entenderé!... Estoy convencida de lo primero: “Todo tiene
su razón de ser” y quien se sabe en buenas manos no tiene de qué preocuparse
pero lo de que algún día entenderemos… A veces nunca llegamos a entender por
qué sucedió esto o aquello pero ¿Acaso es necesario dar respuesta a todo,
querer comprender todo lo que vivimos?. ¿Qué queda si no es abandonarse y
confiar en que todo forma parte de un plan misterioso de amor?
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