Érase
una vez un planeta llamado tierra en la que sus habitantes pasaban el día
quejándose, desde la salida del sol hasta el ocaso… Así podría comenzar un
cuento, así comienza esta historia, con la diferencia de que los cuentos son
ficción y esta historia tristemente es real.
No
hay más que escuchar las conversaciones de los otros o las que nos tenemos para
caer en la cuenta que la mayor parte del tiempo ocupamos las palabras para
quejarnos. Nos quejamos de las personas, de que las cosas no suceden como
deseamos, del clima, de la falta de tiempo, de las leyes y normas, de las
estructuras, de los políticos, de la iglesia, de la mascarilla…
Nos
enredamos en las quejas de otros echando más leña al fuego, y en ocasiones
somos nosotros mismos los que vamos avivando fuegos y creando con nuestro
victimismo: incertidumbre, incomodidad, preocupación, enojo y desazón en los
otros.
Cuando
los otros no son como deseamos (porque no piensan igual, porque no responden a
nuestras expectativas o necesidades, porque no actúan como consideramos que es
“normal”, porque sus actitudes nos molestan…) los malos son ellos, quienes
están equivocados son ellos, los culpables son ellos
Cuando
la realidad no responde a nuestros criterios… la realidad está mal
Y
como todo alrededor está mal… lo criticamos… es necesario cambiarlo para
amoldarlo a nuestros intereses particulares, a lo que creemos que es lo
correcto.
¿Por
qué en vez de echar balones fuera y buscar cambiar lo que no nos parece, no
somos valientes y miramos dentro? ¿Por qué no tenemos el valor de enfrentarnos
a lo que realmente nos duele, a esas heridas internas que todavía están
sangrando, o a lo que todavía no aceptamos en nosotros?
No
digo que no haya cosas que haya que cambiar, siempre y cuando se busque el bien
común y se tenga como centro el amor, a Dios. El problema es que en las quejas
el centro es uno mismo y a quien miramos es a nosotros mismos.
¿Cuál
es el objetivo con las quejas: buscar apoyos, lograr la atención de los otros,
conseguir que piensen igual…?
¿Logramos
lo que deseamos cuando nos quejamos? ¿Cómo queda nuestro corazón? ¿Cómo dejamos
el corazón de los otros?
Quizás
la próxima vez que tengamos la tentación de quejarnos, sería bueno plantearnos:
¿Que rechazo en mí?, ¿Qué no he aceptado y abrazado todavía en mí?, ¿Cuáles son
esas heridas a las que no he prestado atención y están todavía pendientes de
sanar?
Hola Gloria. Yo he vivido años encerrada en mi autocompadecimiento, aislada en mi culpa, mordiendo contra todo. Después entré en lo más íntimo de mí. Y allí estaba Dios esperándome. Ahora solo puedo decir gracias. Gracias
ResponderEliminarYo siempre había pensado que sí todos hacíamos lo mismo todo iría mejor, luego he ido comprendiendo que los demás aportan lo que a mi me falta y yo aporto para otros y empecé a dejar de quejarme.
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