Llevo
días, por no decir años, a vueltas con una palabra queriendo llegar a entender
la profundidad del mensaje que encierra. Entregar, entregarse, entrega…
Hace
años coincidí con una franciscana en un retiro de ocho días de Ejercicios
Espirituales de San Ignacio, Una de las noches nos compartió que todavía no se
había entregado al Señor. Yo me quedé mirándola a la vez que pensaba: “Pero si
es franciscana, si lo ha dejado todo, ¿Qué le falta?”. Me sentí muy chiquita.
No
“por circunstancias de la vida”, ni “por casualidad”, sino por pura gracia y
providencia de Dios, últimamente me está resonando con fuerza otra vez esto de
entregarse. Me ha aparecido en un libro, en las clases de espiritualidad, en
las Moradas de Santa Teresa… y esta semana nos proponen meditar la historia del
joven rico
Esta
mañana en mi oración comprendí algo que quiero compartir contigo, aunque seguro
que llegaste a esto hace tiempo, o quizás te parece una nimiedad pero para mí
ha sido iluminador. Confieso que soy “un poco lenta” para caer en la cuenta de
ciertas verdades.
El
joven del evangelio era bueno, cumplidor, servicial, comprometido, piadoso…
seguramente respetado y admirado por su conducta intachable… Según su idea de
Dios sentía que respondía y que estaba en el camino. Un día se encontró con
Jesús. Jesús le amaba tanto que deseaba su felicidad y por eso le invitó: a
soltar la carga y a renunciar a su reino… Jesús le invitó a ENTREGARSE (poner
su confianza solo en Dios, ser libre frente a todo lo creado, permitir que Dios
fuera el protagonista de su propia historia…). Y claro… no era empresa fácil…
demasiado tiempo siguiendo unos patrones y esquemas… Es más sencillo cumplir,
ayudar, tener algún compromiso en favor de otros, rezar, participar en una
novena… hacer, hacer, hacer…
La
situación sigue repitiéndose dos mil años después. Entregamos nuestro tiempo, ponemos
los dones al servicio de los otros, nos quedamos con la conciencia tranquila…
pero continuamos viviendo en el reino del yo (yo puedo, yo sé, yo quiero, yo
tengo las cualidades, yo llevo haciéndolo muchos años… a mí me gusta ayudar, yo
necesito…). Yo, yo, yo, yo… Y seguimos respondiendo a nuestros intereses, a un
“dios” proyectado en nuestra imaginación…
La
entrega no tiene que ver solo con el decir sí a una vocación, con el hacer… con
lo que se ve, con lo que es tangible… La entrega así entendida es pura ascesis,
ejercicio de nuestra voluntad, se vive hacia afuera. Es algo bueno pero no
suficiente. Se nos invita dar otro paso para poder seguir avanzando en el
camino. La entrega tiene otra vertiente que tiene relación con la disposición
del corazón y supone renuncia, abandono, humildad, dejarse hacer, soltar el
control…
Sin
renunciar al “reino del yo” podremos seguir haciendo muchas cosas buenas y
piadosas, ayudar a infinidad de personas pero nos estancaremos. Continuaremos
alimentando nuestro ego, seguiremos reinando en nuestro palacio pero no
caminaremos tras Jesús
El
joven continuó siendo muy buena gente pero el rey de su vida y así no se puede
seguir a Jesús. ¿Y nosotros? ¿Realmente deseamos entregarnos y ceder el trono, o
preferimos seguir como hasta ahora por miedo a complicarnos la vida, a lo
desconocido, a…?.
“Sígueme”
es una invitación a estar en continuo avance, a caminar… Jesús es el Camino… si
por nosotros mismos no podemos pero queremos ¿por qué no pedir la gracia de que
Él pueda reinar en nuestras pobres vidas?
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