Érase
una vez una higuera que no daba fruto. Podemos comenzar el cuento de otro
forma: “Érase una vez una persona piadosa, rezadora, cumplidora, comprometida,
bien portada, sacrificada… que no daba fruto. Una persona que se estancó en su
crecimiento porque encontró en su religión y en su forma de entenderla, la
seguridad que necesitaba para su vida. Una persona que se acomodó en lo
conocido, en lo de siempre, en tener su conciencia tranquila, en no hacer daño
a nadie… Una persona que se creía mejor que otras, merecedora del cielo, que se
sentía con el derecho a juzgar a otros, que creía tener la razón, que trataba
de imponer sus ideas, que se lamentaba de que no le considerasen o de que le
cerraran puertas, que se quejaba porque los otros no respondían a sus
expectativas o a su forma de entender…”. Y ahora diría Santa Teresa: “¡Cuánta
gente de esa hay en nuestras iglesias!!. ¡Qué dicha llegar hasta acá!. La
desgracia es estancarse de por vida por falta de humildad. El camino continúa y
hay que seguir caminando
Un
buen día alguien pensó en la higuera y un buen intercesor le pidió tiempo para
trabajar la tierra de manera que diera fruto (avanzar, crecer). La tarea no era
fácil pero no imposible para Él. La higuera no conseguiría dar fruto si seguía
con sus esquemas, a su manera… no iba a dar fruto a puro esfuerzo y confiando
solo en sí… tenía que dejarse hacer y poner toda su confianza en quien le tenía
entre sus manos, abrirse a la gracia. La higuera esperó, confió… Fue pasando el
tiempo y se fue transformando. Y cuando llegaron los frutos, ni siquiera tenía
conciencia de ser higuera, y tampoco de los higos que salían de sus ramas. Sólo
tenía ojos para el campesino que tanto amor le demostraba. Ese campesino que
evitó que la cortaran y la echaran al fuego. Ese campesino que la acompañó,
cuidó y sostuvo en los días de sol y en los de lluvia. Ese campesino que la
alimentaba y daba vida.
La higuera comprendió la importancia y necesidad
de esa relación. También entendió el tiempo perdido enfocada en dar fruto, en
ser la más grande y vistosa del lugar, en enseñar a otras, en juzgar a las más
chiquitas o improductivas, en exigir resultados… Pasó muchos años fijando su
mirada en otras higueras, en los resultados, en sus propias capacidades, en los
aplausos y reconocimiento…
La
higuera se dio cuenta que no podía vivir sin su campesino, que nada era sin Él,
que era y existía solo por Él, que produciría frutos poco jugosos o en pequeña
cantidad o incluso llegaría a secarse si volvía a poner su confianza en sí.
El
cambio y la transformación se fue dando en la medida que comenzó a soltar sus
seguridades, sus formas, sus juicios, sus ideas, sus creencias, el control, sus
exigencias, sus prisas… y se dejó hacer
Muchas gracias!!!! Qué hermoso la forma en que lo has contado.
ResponderEliminar"Caer en la comodidad" Que lo sabemos todo y que ya somos salvos. Entendí que por medio de la oración alcansamos humildad. Para poder construir el reino de justicia y paz...debo escuchar su voz en el silencio de mi interior.
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