domingo, 20 de marzo de 2022

“LA HIGUERA Y YO”

 

Érase una vez una higuera que no daba fruto. Podemos comenzar el cuento de otro forma: “Érase una vez una persona piadosa, rezadora, cumplidora, comprometida, bien portada, sacrificada… que no daba fruto. Una persona que se estancó en su crecimiento porque encontró en su religión y en su forma de entenderla, la seguridad que necesitaba para su vida. Una persona que se acomodó en lo conocido, en lo de siempre, en tener su conciencia tranquila, en no hacer daño a nadie… Una persona que se creía mejor que otras, merecedora del cielo, que se sentía con el derecho a juzgar a otros, que creía tener la razón, que trataba de imponer sus ideas, que se lamentaba de que no le considerasen o de que le cerraran puertas, que se quejaba porque los otros no respondían a sus expectativas o a su forma de entender…”. Y ahora diría Santa Teresa: “¡Cuánta gente de esa hay en nuestras iglesias!!. ¡Qué dicha llegar hasta acá!. La desgracia es estancarse de por vida por falta de humildad. El camino continúa y hay que seguir caminando


Un buen día alguien pensó en la higuera y un buen intercesor le pidió tiempo para trabajar la tierra de manera que diera fruto (avanzar, crecer). La tarea no era fácil pero no imposible para Él. La higuera no conseguiría dar fruto si seguía con sus esquemas, a su manera… no iba a dar fruto a puro esfuerzo y confiando solo en sí… tenía que dejarse hacer y poner toda su confianza en quien le tenía entre sus manos, abrirse a la gracia. La higuera esperó, confió… Fue pasando el tiempo y se fue transformando. Y cuando llegaron los frutos, ni siquiera tenía conciencia de ser higuera, y tampoco de los higos que salían de sus ramas. Sólo tenía ojos para el campesino que tanto amor le demostraba. Ese campesino que evitó que la cortaran y la echaran al fuego. Ese campesino que la acompañó, cuidó y sostuvo en los días de sol y en los de lluvia. Ese campesino que la alimentaba y daba vida.

La higuera comprendió la importancia y necesidad de esa relación. También entendió el tiempo perdido enfocada en dar fruto, en ser la más grande y vistosa del lugar, en enseñar a otras, en juzgar a las más chiquitas o improductivas, en exigir resultados… Pasó muchos años fijando su mirada en otras higueras, en los resultados, en sus propias capacidades, en los aplausos y reconocimiento…

La higuera se dio cuenta que no podía vivir sin su campesino, que nada era sin Él, que era y existía solo por Él, que produciría frutos poco jugosos o en pequeña cantidad o incluso llegaría a secarse si volvía a poner su confianza en sí.

El cambio y la transformación se fue dando en la medida que comenzó a soltar sus seguridades, sus formas, sus juicios, sus ideas, sus creencias, el control, sus exigencias, sus prisas… y se dejó hacer

2 comentarios:

  1. Muchas gracias!!!! Qué hermoso la forma en que lo has contado.

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  2. "Caer en la comodidad" Que lo sabemos todo y que ya somos salvos. Entendí que por medio de la oración alcansamos humildad. Para poder construir el reino de justicia y paz...debo escuchar su voz en el silencio de mi interior.

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