Tal vez en un
restaurante nos podamos dejar llevar por nuestros gustos, o en una tienda al
elegir el color del jersey que queremos comprar… pero hay otro tipo de
decisiones, si somos creyentes y queremos hacer la voluntad de Dios, en los que
no cabe el dejarnos llevar por nuestros gustos, apetencias o quereres.
“El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo” - dice
Jesús. Hay decisiones en la vida en las que si el criterio que nos mueve es:
“lo que se me antoja”, “lo que quiero”, “lo que me gusta”… a quien respondemos
es a nuestro amor propio y la voluntad que hacemos es la nuestra.
Movernos en
función de los gustos es cimentar la casa sobre arena, o ser eternos
adolescentes.
“Mira:
hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal”. El criterio de
discernimiento para tomar una decisión no puede ser otro que el amor, aquello
que da vida. Y en este caso, los frutos de nuestra elección serán: la paz
interior, la verdadera alegría, la humildad, la libertad... Un amor que ha de estar por encima de las
leyes y normas, del ayuno y de la abstinencia, de compromisos religiosos…
Compartía el otro día un sacerdote en la homilía que cuando le enseñaron a
andar en bicicleta le aconsejaban no mirar la rueda para no caerse. Mirar la
rueda es vivir auto centrados: anteponer nuestros intereses y gustos al amor al
prójimo, buscar nuestra seguridad y comodidad, enredarnos en nuestras ideas,
faltas, culpa… Mirar la rueda es dejarnos seducir por falsas promesas, por lo
inmediato, por la fácil, por lo que alimenta nuestros deseos de tener, poder,
aparentar…
Otros peligros
de quedarnos mirando la rueda: Dejar a Dios por Dios. Se puede abandonar una
vocación, un compromiso, un proyecto, una relación… justificando que “en aquello
a lo que me abro” también voy a amar y servir a Dios. Y puede ser algo muy
bueno… pero ¿Estaré haciendo su voluntad o cumpliendo mis deseos? ¿Buscaré con
mi decisión amarle o satisfacer mis necesidades? ¿Perseguiré su gloria o la
mía? ¿Desearé a Dios o “mis gustos”?
¿A quién
respondo con las decisiones de cada día?
¿Cuál es mi
criterio de discernimiento?
Entrar en el desierto, vivir nuestro desierto interior hasta lo más profundo de cada uno de nosotros. Allí está Jesús esperándonos, y a partir de ese momento, si llegamos hasta el fondo total, sin excusas, la vida adquiere sentido. Todo. Las alegrías, las tristezas, la muerte terrenal. Hay que llegar muy muy hasta el fondo de uno mismo. Hay que desearlo profundamente, con abandono, con sinceridad hacia uno mismo, con humildad. Gracias Gloria
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