El otro día me repetía un sacerdote: “Tu abuela descansa en LA paz del Señor”. Y me compartía su reflexión. Descanse en paz lo decimos muchas veces cuando alguien fallece. Parece un deseo que no sabemos en qué momento se hará realidad. Nosotros como creyentes tenemos la esperanza de que quienes se nos han adelantado están ya descansando en LA paz del Señor. Cómo anhelamos esa paz mientras estamos aquí en la tierra, cómo añoramos esa vida en plenitud, y sin embargo nos aferramos muchas veces a la vida, a las cosas, a lo que creemos tener… como si fuera lo más.
Me siguió hablando del bebé que va a nacer. Está tan a gusto y tan
cuidado y tan protegido en el vientre de su madre que… ¡Vaya miedo salir ahí
afuera!. Pero bebé, ¿qué temes?. Al otro lado te están esperando con gran
alegría tus papás, tus abuelitos, tus primos, tus hermanos… Y me habló del
anciano que apegado a sus seres queridos, a sus recuerdos, a sus posesiones…
también está asustado porque no sabe qué encontrará después. Realmente es un
misterio pero la fe y la esperanza cristiana nos animan a confiar en que
volveremos un día a encontrarnos con los familiares y amigos que ya partieron a
la casa del Señor.
Voy a cambiar de tema pero es que me parece importante también
contar esto. Terminó leyéndome una hojita que sacó del bolsillo de su camisa. Y
al final me la dio. “Toma, te la quedas, eso te pasa por haber venido”. Yo solo
dije: “Era para mí, es para mí”. El Señor se vale de nosotros para hablarnos,
para expresarnos su amor, para consolarnos, para hacerse presente, para decir:
“Aquí estoy”.
Leeré una y otra vez está oración siento que resuena en mi corazón
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