Me compartía una señora esta tarde en la calle que tenía mucha fe
en el Cristo de la parroquia de los Carmelitas, que todo lo que le ha ido
pidiendo se lo ha ido concediendo. Yo me pregunto: “¿Qué será de la fe de esta
buena mujer el día que no se satisfagan sus deseos?”.
Precisamente hoy escuchaba a un fray carmelita costarricense,
comentando un fragmento de “Subida del Monte Carmelo” de San Juan de la Cruz,
que pocas veces los cristianos nos movemos por lo que podemos amar o dar a
Jesús. Lo que nos mueve a servir o a encontrarnos con el Señor en la oración o
en el servicio es más bien nuestro propio interés, llenar nuestros vacíos,
satisfacer necesidades, experimentar consuelo o gustos.
Este fray hacía también alusión a que seguir a Jesús supone cargar con la cruz y cómo tendemos a evitarla o incluso pedimos en nuestras oraciones que se nos retire. En vez de identificarnos con Jesús cuando necesitamos consuelo, compañía… y acompañarlo en su desolación y soledad, luchamos para que esa situación que nos causa sufrimiento pase cuanto antes, o pensamos o hacemos otras cosas para que nos afecte lo menos posible, o pedimos al buen Dios que acabe con ellas.
¿Le busco o me busco?. ¿Quiero compartir su camino y destino o prefiero que mi fe se reduzca a unos rezos y algún compromiso en la iglesia?. ¿Practico las virtudes como medio de unión con el Señor o me conformo con no hacer mal a nadie pero que a mí tampoco me molesten?. ¿Pienso en los otros, en sus necesidades, o primero soy yo y luego otra vez yo?. ¿Dónde está mi centro?. ¿Quién es mi centro?. ¿Dónde busco?. ¿Qué busco?. ¿A quién busco en todo lo que hago?
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