Quizás no creemos, o tal vez si lo hacemos confiamos tan solo un
poquito en el Señor. Nos agarramos más fuertemente a Él en situaciones que
superan nuestra capacidad o que hacen tambalear nuestra humanidad. Ahí es donde
nos vemos tan vulnerables, frágiles y tan poca cosa que casi no nos queda otra
que confiar. Seguramente en momentos de enfermedad, rechazo, críticas,
sufrimiento por acontecimientos, angustia por preocupaciones o por lo que viven
personas a las que queremos. Quien más o quien menos, a poca fe que tenga, se
agarra al Señor suplicando aquello que más está necesitando y para eso se
requiere confiar en Aquel a quien le estás pidiendo.
Ahora bien, ¿Qué sucede si no me satisface mis deseos?. ¿Será que
no es un buen Padre?. ¿No habré pedido bien o suficiente?. ¿A lo mejor a mí no
me quiere?.
Cuando pido por mí estoy en el centro. La confianza también
implica salir de mí y poner mi mirada en el Otro, querer lo que Él quiera. Una
confianza que solo se puede asentar sobre la fe. No veo, no entiendo, no sé, no
puedo… pero me fío, porque sé que Alguien que me ama cuida de mí, me sostiene y
quiere encontrarse conmigo.
Cierto...
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