Ni María Magdalena, ni los de Emaús, ni tantos otros
le reconocieron. Y es que con los ojos físicos no volvieron a ver más a Jesús.
A Jesús resucitado solo es posible verlo con otra mirada: la de la fe… con
otros ojos: los del corazón
Ayer, hoy y siempre sigue cruzándose en el camino y
acompañándonos en nuestros desalientos, en nuestras luchas, decepciones,
angustias…
Verle y descubrirle presente en nuestras vidas es un
don que podemos pedir y del que podemos gozar en la medida que estamos atentos
a la realidad, que le escuchamos a través de la Palabra… porque Él siempre
busca la manera de hacerse el encontradizo para acompañarnos en nuestro
peregrinar.
Está ahí pero nuestros esquemas rígidos y
cuadriculados, nuestra razón, “nuestras cosas”… nos impiden reconocerle
Ampliemos nuestra mirada, nuestra escucha… pongamos
atención… ensanchemos nuestro corazón… y descubriremos la Presencia del Señor
escondida pero también velada a lo largo del día
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