Judas, Pedro… muchos a lo largo de la historia,
y también nosotros hemos traicionado a Jesús. Pero así como les miró a ellos,
nos sigue mirando a nosotros porque su amor está por encima de nuestro pecado.
No hay nada en nosotros que Dios no quiera y no pueda abrazar. No hay pecado
que no pueda ser sanado en el corazón amoroso de Dios
Tenemos un Dios que no se detiene en los
errores, que no juzga, que no lleva cuentas del mal, que no mira las
apariencias, que no se fija en nuestros éxitos o fracasos, que no nos valora
más en función de nuestras hazañas o sacrificios… Tenemos un Dios que solo
entiende de amor y por eso mira directamente nuestro corazón. Su mirada puede
transformar nuestra vida pero a veces la esquivamos, otras veces nos
escondemos.
El camino de la conversión es el amor. Dios
quiere hospedarse en nuestra casa. ¿Cuál es nuestra disponibilidad y
generosidad para abrirle la puerta? ¿Cuáles son nuestros bloqueos o miedos?
El miércoles de ceniza se nos recuerda una invitación:
“Conviértete y cree en el Evangelio”. La conversión no puede ser producto de la
auto exigencia, del perfeccionismo, del esfuerzo… no lograré el objetivo
deseado y me quemaré. El camino de la conversión es el amor… el amor sentido y
experimentado en lo más profundo del corazón que inevitablemente nos lleva al
otro. ¿Qué medios estoy poniendo para que se de ese encuentro con el Dios que
me habita, que me mira con ternura y que me abraza en mi totalidad?
Su amor está por encima de nuestro pecado. Nada
ni nadie puede separarnos del amor de Dios, somos nosotros quienes a veces lo
rechazamos por vergüenza, culpa… en definitiva por ser perfeccionistas,
narcisistas o tener una idea de Dios equivocada
Su amor está por encima de nuestro pecado.
Seamos sencillos y humildes y dejémonos abrazar por quien dio su vida por amor
a nosotros
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