El
encuentro, la relación íntima con el Señor, va transfigurando a la persona, va
despertando su divinidad. “Subió Jesús a
la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios…”
Cuando
el “Yo” es el que actúa, el que se esfuerza… puede hacer muchas y grandes obras
pero el fruto es pequeño, hueco, estéril
Cuando
el “Yo” se va transfigurando, fruto de la relación íntima con Dios, fruto del
encuentro y del estar… las cosas se hacen y se viven de forma distinta. Ya no
se tiene en cuenta la cantidad de las obras sino el amor con que se realizan. Y
los frutos, aunque tal vez menos visibles según criterios humanos, son mayores
La
raíz, el cimiento, la base… la vida de oración
Los
frutos, los resultados… son consecuencia de esa vida de oración
Pero
la vida de oración no se mide por el número de horas sino por la disposición y
las actitudes en ella (amor, desapego, humildad). Tampoco se mide por el
esfuerzo o el sacrificio que me suponga
La intensidad de la vida oración, la transformación que el Espíritu vaya obrando en cada alma, dependerá de la gracia pero de nosotros está el poner los medios. El Maestro siempre se retiraba a orar, a estar con su “Abba”… se fue convirtiendo en aquello que tanto contemplaba y su vida fue reflejo de ello: amor y misericordia esparcidos a raudales.
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