Conozco
a una mujer de más de 70 años, soltera, que cuida de su madre de 98 años. Doña
“S” tiene muy buena memoria pero está totalmente dependiente. Su hija sale
todas las mañanas a darle una vuelta en silla de ruedas. No tiene más ayuda que
la de sus hermanos que llegan a levantar y acostar a su madre y una mujer que
le ayuda a asearla. Pasa las 24 horas del día pendiente de ella y prácticamente
sola con esta labor.
Viendo
esta situación y pensando en la hija, escuché a una persona hacer la siguiente
valoración: “¡Qué condena!”. Y bueno… tal juicio quedó resonando en mi
interior. Si se mira desde criterios humanos: disfrutar de la vida, hacer vida
social, viajar, ir a la piscina o a la playa… realmente es una condena porque
la buena mujer no tiene tiempo para todo eso, está volcada al cien por cien en
su madre. Pero hay otra manera de ver y vivir esta realidad: como una misión,
como un camino de realización y santificación. De cómo se mire dependerá el
vivirlo como una carga, una contrariedad, un fastidio y por consiguiente con
tristeza y enojo o como una oportunidad y en consecuencia con alegría y esperanza
¿Cuáles
son nuestros criterios para valorar las situaciones que nos toca vivir?
¿Rechazamos
y nos peleamos con lo que nos sucede o lo acogemos, aceptamos y abrazamos como
parte del plan misterioso de amor de Dios?
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